Los de Brighton son avanzadilla de la penúltima hornada del rock británico joven, en su vertiente post-punk más inquieta. Como otros compañeros de su generación, Squid absorben múltiples influencias de ayer y hoy para crear una propuesta propia en la que no rehúyen el rock progresivo y angulosas inquietudes vanguardistas para dar cuenta de un presente distópico. Todo se plasma admirablemente en un directo demoledor que les muestra como valor seguro.
Su segundo trabajo, de enigmático título y curiosa portada, incide en los hallazgos de su debut, quizá sin el mismo elemento sorpresa, pero con abundantes alicientes. Lo cerebral se da cita con lo visceral en una combinación que suele ser ganadora si se hace con la musicalidad de los británicos. Compuesto básicamente durante la gira de su bien recibido debut, el álbum se inicia con el ritmo hipnótico y las guitarras matemáticas de “Swing (In A Dream)”. “Devil’s Den” les encuentra cómodos en una indefinición melódica que explota al final, mientras que en “Siphon Song” suenan casi a unos Mogwai progresivos, con la voz del batería y vocalista Ollie Judge enterrada en capas de Vocoder. Con “Undergrowth” se meten de lleno en el funk esquinado de estribillo rotundo, mientras que con el extraordinario single “The Blade” exploran su capacidad de emocionar mediante las sorpresas rítmicas y melódicas, antes de pasar a las atmósferas minimalistas de “After The Flash” y cerrar con los bajos percutivos de “If You Had Seen The Bull’s Swimming Attempts You Would Have Stayed Away”.
Lo fascinante de esta hornada de bandas curtidas en el Windmill Brixton de Londres es su capacidad para mutar en mil formas apuntando en casi todas las direcciones, pero sin perderse. El disco de Squid tiene la urgencia de quienes necesitan sacar material rápido, pero no sorprende que el grupo haya grabado en Real World, el excelente estudio propiedad de Peter Gabriel. El ubicuo Dan Carey (Fontaines D.C., Goat Girl) vuelve a sacar todo el jugo al material que tiene entre manos.
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