Squid suenan más pulidos, pero sin perder inventiva. Más cromados, pero igual de puntiagudos. Un pelín más asequibles, pero con la misma cota de desafío. En algo debía notarse que Marta Salogni reemplaza a Dan Carey a la producción. Podrían llegar a ser tan clásicos como Mogwai. El tiempo lo dirá: esto es solo un tercer álbum. Lo que queda claro es que apelar al post- punk para calificarlos ya da hasta risa. Cualquier etiqueta se les queda pequeña.
No hay apenas desecho en estos cuarenta y cinco minutos: mucho decir cuando hablamos de un quinteto que se sigue explayando en largos desarrollos instrumentales y que modela la arcilla de la alienación post moderna hasta retorcerla sobre sí misma. Las atmósferas seducen. Los quiebros rítmicos reconfortan. Las erupciones de ira prueban que no hay mansedumbre. Las guitarras laceran al tiempo que los violines y las trompetas flotan. Y todo cuadra.
El intríngulis inherente a la fanfarria de los de Brighton preserva su misterio en todos y cada uno de estos nueve cortes. Suena exagerado, pero así es. Es una complejidad accesible, que permea hasta los huesos desde la dinámica medio kraut de “Crispy Skin” hasta los fascinantes ocho minutos de “Well Met (Fingers Through The Fence)” y su prospección mutante. Unas veces suenan más furiosos (“Blood On The Boulders”), otras más psicodélicos (“Fieldworks I”), otras más épicos (“Fieldworks II”), otras más directos (“Cro-Magnon Man”), otras más líricos (“Cowards”) y otras más angulosos (“Showtime!”). Pero lo hacen mostrando siempre crecimiento. Bravo por ellos.
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