Veintiséis años se cumplen este año de la irrupción del entonces jovencísimo británico Tom Jenkinson en la escena electrónica del dance cerebral con “Crot EP”. Como si quisiera celebrar este cuarto de siglo de actividad incansable, Jenkinson reaparece tras cinco años de silencio con un álbum que retoma los ingredientes más extremos de la escena rave de Essex, su cuna artística, desde la que ha hecho casi una veintena de álbumes.
En su nuevo trabajo, saludado por su sello Warp como vuelta a sus orígenes, Jenkinson nos propone un inspirado viaje futurista en el que las melodías luminosas se codean con momentos de turbia ansiedad, ambientes viciados de un futuro/presente roto. Lo hace retomando la combinación de equipo analógico y digital y con la complejidad como bandera. De base, esos ritmos poliédricos aparentemente cáoticos y los bajos mutantes a los que es tan aficionado.
Las sorprendentes melodías entre el pop progresivo y el canon barroco de “Oberlove”, con su ritmo desatado, se prolongan en “Hitsonu”, otra manera creativa y gozosa de acercarse a la IDM, con esos sintetizadores que casi evocan la música vintage de recreativos. El panorama se oscurece con “Nervelevers”, que nos devuelve a las raves noventeras. La apuesta experimental se redobla con cortes como “Speedcrank” y la irresistiblemente inquietante “Vortrack”, en las que aflora la parte más angular, ruidista y lúdica del británico. “Detroit People Mover” le lleva a terrenos atmosféricos casi cinematográficos mientras que en “Terminal Slam” y “Mekrev Bass” se interna en intrincados páramos industriales de house dislocado. Es esa acusada tensión entre luz y densidad siniestra el mayor valor de un álbum en el que Jenkinson se exprime y se vacía.
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