Pongamos en valor el hecho de que el dúo angelino se formara hacia 1968, aunque su primer álbum no se publicara hasta el 71. El prog-rock y el glam se imponían, Estados Unidos seguía empantanado en Vietnam y Nixon era el presidente de los Estados Unidos. Ampliamente pasados los sesenta en el caso de Ron, algo más joven Russell, los hermanos Mael se empeñan en seguir cultivando su vocación de excéntricos del pop. Una anomalía que, al contrario de lo que sucede con otros colegas de generación, no es una triste parodia de glorias pasadas. Lo demostraban en su anterior y estupendo “Hippopotamus” (publicado tras nueve años en el dique seco) y también en su breve aventura con Franz Ferdinand. Redoblan la apuesta ahora con este doble álbum, el número 24 de su singular e infravalorada carrera (este año, además, tienen en la recámara la música de la primera película en inglés de su colega Leos Carax, y documental dirigido por Edgar Wright). Un festín de todo lo que les hace únicos.
Son catorce cortes en los que Sparks se muestran sobrados de creatividad melódica. A ver quién tiene huevos para pasar de la solemnidad acústica de la apertura “All That” al riff de guitarra metal-glam futurista del single “I´m Toast” (“una melodía alegre para estos tiempos alegres”, explican sarcásticamente), con su estribillo de dibujos animados, y desembocar en el ingenioso y delicado synth-pop cubista de “Lawnmower”.
Esa falta de complejos y seguridad en su capacidad de llevar a buen puerto con extraña coherencia las ideas más descabelladas está en su ADN. Es su mundo. Casi siempre con el tamiz del humor ingenioso de vodevil (“Sainthood Is Not In Your Future”, la barroca y loquísima “Stravinsky´s Only Hit”, “Onomato Pia”, la dramática “IPhone”, “The Existential Threat”…), ponen negro sobre blanco el innegable impacto del dúo en varias generaciones de artesanos de perlas de pop inteligente. Su segunda juventud parece no acabar y van a sacarle todo el partido.
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