En esto de las músicas eléctricas y febriles, que aún consentimos en denominar como rock'n'roll, la madurez acostumbra a ser asunto espinoso que no siempre se sabe sobrellevar y/o encauzar. Los Sonic Trash, con el antecedente Ya Te Digo, suma una cantidad de años más que suficiente para saber que no viven en la nubilidad de su supervivencia. Pero ellos son de los músicos que se alían con el rugoso paso del tiempo para crecer, y no sólo no renunciar a sus señas de identidad, sino desarrollarlas en su beneficio y plenitud. Y así "King kong party" se presenta como su disco más perspicaz y de más feliz acabado. Tiene un inicio de aúpa, con ese pelotazo de elegancia y sensualidad que es "Kalamity -Zure zapore berria-", su primera canción en un euskera que adoptan con naturalidad con la contribución del estupendo escritor Fermin Etxegoien, más la mezcla del laureado Rafa Sardina, y cuya inspiración procede de un vino). Marimba, teclados, samples (aportaciones de Ekaitz Hernández) y el juego a dos voces con Birkite Alonso crean un ambiente sub-yu-gan-te.
La cosecha continúa con "Bilbao Speed City", un título tan explícito que casi no necesita explicación. Los Sonic a toda mecha espoleados ahora por la urbe que absorben y zapatean. Es el camino donde se encuentran tan a gusto y al que no renuncian en la parte media de un álbum, muy bien sonorizado y producido por Iñigo Escauriaza en su estudio “El Submarino” de Mungia, que vuelve a encontrar picos de excitación en "Orient Ltd" y sobre todo en el inmenso desarrollo de "Sexy bass", para culebrear después con "Amnesia", todo un prodigio de esa sonoridad en espiral que es también marca de la casa, y consecuencia de una evolución que lleva a casar post rock, post punk, post noise, post glam... Quizá lo más agradecido concluído ese aquelarre de posts sea salir de la cueva a la velocidad de un "Acelerado" que no precisa nada que no sea el "dejarse llevar" sin frenos. No es dífícil imaginar el pogo de su directo, cuando situación y autoridad lo vuelvan a permitir, claro es.
El tramo final de "King kong party", que haciendo cuentas sale que es la séptima obra de la banda, no tiene desperdicio. "Kamazotz" es pura excitación de luxe (quizá su cenit?), "Amarcore", lo más parecido a un medio tiempo al que no le falta musculatura y densidad junto a detalles y adornos de categoría, "Cortes" empieza canónica para devenir en una maravillosa locura de ritmo, melodía y caos, y "Alma caníbal", a modo de guinda, nos ofrece un nuevo perfil en un tono más oscuro y reposado con el contraste de un coro infantil en alemán (los hijos del guitarrista Juanjo Arias y sus pequeños compinches). Son canciones al alcance de muy pocos elegidos. Es un álbum sobresaliente en el que cada aspecto, en que cada pormenor, llama a la sorpresa y el aplauso. Por no hablar de que David Hono se ha convertido en uno de los vocalistas que mejor frasean eso que aún consentimos en distinguir como rock'n'roll.
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