Vayamos al grano: el disco abunda en las líneas melódicas y rítmicas con ese trasfondo de épica de pandilla tan habitual en Foo Fighters (“Congregation”, “I Am A River”), y se agradece que Grohl aún sea capaz de rockear como Dios manda en fragmentos como el final de “Something From Nothing” o el estribillo de “The Feast And The Famine”. Hasta aquí la cosa mola, y a la vez suena demasiado autocomplaciente.
También ilusionan las travesuras en el arranque de “What Did I Do/God Is My Witness”, pero luego su desarrollo apesta a dad-rock, no digamos ya “In The Clear” en su totalidad, una canción que podría escribir un Bruce Springsteen con ganas de colarse en el guateque de su hijo adolescente. O sea, que el cuadro completo es más de lo mismo. Algo convencional a estas alturas del partido, dirán algunos, perfecto para los fans, opinarán otros. Y a partir de ahí poco más se puede debatir, pues para gustos colores. Pero, pardiez, estaría bien si aplicase a la música el mismo ingenio del que hace gala para hacer tan hiper-novedosos sus lanzamientos. Esta vez quizá se le haya ido un poquito la mano y el desequilibrio es considerable.
Grohl define este “Sonic Highways” como un proyecto que pretende demostrar la existencia de identidades diferentes en ocho ciudades de Estados Unidos y la interconexión que hay entre ellas. Yo mismo dije que el mero concepto del punto de partida de “Sonic Highways” hacía del disco un hito del rock aunque sus canciones finalmente no resultaran ser brillantes. Pero a la vez, esperaba que en el álbum trascendiese un poquito más –no pido mucho- la idea de dejarse impregnar por las escenas musicales de cada sitio en el que fueron grabadas. Esa era la gran pregunta pendiente. ¿Escuchando el disco se nota que está hecho con esa intención? Que levante la mano el que crea que sí, por favor.
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