Como poseedores en la actualidad, queramos o no, de ese pasaporte que nos identifica como ciudadanos de una “aldea global”, también el concepto de folclore ha mutado desde su originario significado. Lejos ya de remitir en exclusividad a aquellos ritmos ancestrales de un espacio concreto, hoy en día su configuración está abierta a la multitud de influencias llegadas desde los más recónditos parajes del planeta, sin obviar que es la colonización anglosajona quien impone su presencia mayoritaria. Al igual que podemos encontrar un anuncio de Coca-Cola hasta en el lugar más ignoto, de la misma forma los malencarados versos del hip-hop pueden ser compartidos como idioma propio por habitantes de cualquier minúsculo pueblo alojado a lo largo del globo terráqueo. Una dicotomía cultural que es parte consustancial a la naturaleza de la banda Songhoy Blues.
Surgidos en Mali, y obligados a migrar desde Timbuktu, su zona natal, consecuencia de la imposición -previa guerra civil- de las doctrinas yihadistas que penalizaban la música y cualquier expresión lúdica, hasta la capital de país, Bamako, dicha trágica traslación supuso, paradójicamente, la inmersión en un espacio agraciado con una tejido cultural más amplio y rico en matices. Dentro de esa escena más copiosa, y gracias a la “caravana” de artistas llamada Africa Express, liderada por Damon Albarn, y que casi heredando el ímpetu arqueológico del legendario Alan Lomax recogió testamento sonoro de ella, la presencia de esta banda consiguió acceder a un mercado internacional que rápidamente aplaudió una propuesta que convertía su acervo popular en terreno donde fertilizar un crisol de referencias, desde el funk al stoner pasando por el punk o el rock setentero. Amalgama de géneros y sensibilidades al que bautizaron como “desert blues”, un epígrafe que acogía un tumultuoso y excelente compendio de lenguajes.
Lejos del, en muchas ocasiones, acomodaticio origen del ánimo reivindicativo vertido desde los grupos de Occidente, la banda maliense expone en su verbo airado e insurrecto las dolorosas vivencias de quienes están sometidos a esenciales restricciones en su libertad, partiendo de la que les expulsa de su pueblo y quiebra su identidad. Bajo esa condición de exiliados, y en una firme determinación por trasladar al oyente universal su clamor, su actual disco escoge un camino alejado de su vigorosa presencia pretérita para asumir una interpretación acústica, aunque en ella retumbe la dicción eléctrica, y ligada a sus ritmos originarios, en lo que es evidentemente una llamada de auxilio para evitar el naufragio de su historia pero también un aviso global de que en esa, supuesta, apertura de fronteras artísticas reside el riesgo de llevar a la inanición, por mor del masivo desembarco de otras influencias, aquellas expresiones autóctonas minoritarias incapaces de hacer pie en un mapa sonoro que tiene mucho también de político.
Ataviados, musicalmente hablando, de una instrumentación de carácter vernáculo, encomendada a otros tantos maestros en esas lides, y apostando por la hibridación entre temas propios y tradicionales, su actual álbum, “Héritage”, es, en forma y fondo, un recorrido por el continente africano bajo la particular y exquisita brújula de la banda, escuchando los sabios consejos legados por ilustres como Ali Farka Touré, no obstante el progenitor de uno de sus integrantes, Garba Touré, tocó junto a él, o Boubacar Traoré pero dejándose guiar por su instinto propio. Resultado de esa confluencia, el primer tema,”Toukambela”, conocido por su interpretación en los setenta por la Orquesta Kanaga, asienta las bases de lo que será un común denominador en el repertorio, donde una estructura sostenida por la pulsión de seis cuerdas con aroma a blues, lo que no hace descabellado intuir a Muddy Waters en la orgánica “Dagabi”, edifica entorno a ella todo una suculenta orografía desde la que invocar las danzas populares de su tierra, en este caso inaugural impulsada por el serpenteo hipnótico de la flauta. Agitación expresada con una muy estimable delicadeza que, si bien sirve para homenajear esa faceta popular, en el caso de “Batto”, escoger las pautas rítmicas del baile Takamba, prohibido en la zona norte del país, para aleccionar nuestros pasos se convierte en todo un alegato, bajo un formato psicodélico que nos incita a peregrinar por el desierto, contra la intolerancia.
El sentimiento de comunidad, latente a lo largo de todas las piezas, alcanzará su punto simbólico más transparente en la armónica “Gara” o a través de unos coros de origen tribalista que sin embargo no impiden que “Norou” reclame para su expresividad el recogimiento y un espíritu minimalista. Un sonido pulcro que esparce su semilla por un ambiente más vaporoso en “Boutiki” y que en la soberbia “Garibou” se vuelve elegante y estiloso, digna de un Taj Mahal menos eléctrico y más ancestral, para articular una mirada al propio exilio pero con vocación de trascender. Una pretensión que encapsula un cierre, “Issa”, que avanza sigiloso y con pasos agazapados -pero de enorme intensidad- para exhibir una mirada global hacia el cuidado del medio ambiente. Un preciso y precioso final que conecta el nomadismo impuesto a un pueblo con su avance sobre un planeta en descomposición.
Songhoy Blues no hablan de historias ajenas ni tampoco necesitan recrear vivencias que observan a su alrededor, sus autores son, este caso por desgracia, protagonistas directos de esos catastróficos episodios que cada día, aunque no acompañen nuestro desayuno en las noticias, suceden en el mundo. Pese a esa dramática biografía, su nuevo disco es una demanda vitalista que focaliza todo el poder en el que emana de sus canciones, relatos populares de una existencia, propia y colectiva, que, pese a ser parte del macabro juego de titiriteros en manos de intereses políticos, reclama su derecho a bailar y a no olvidar su identidad, probablemente la mayor afrenta que ofrecer a sus verdugos. Si los seres humanos, siguiendo el viejo relato bíblico de Babel, somos expertos en crear muros que nos separen, esta banda es el perfecto antídoto contra todos ellos, convirtiendo su música en un emocionante lenguaje capaz de traducir a sentimientos cualquier idioma.
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