Tras una espera larguísima, Somos La Herencia se estrenan de largo con un trabajo que refleja a un grupo en estado de gracia. Para empezar, no se pueden dejar pasar todos los detalles que hacen de este disco algo más relevante que un simple remozado neopostpunk de toques siniestros. La huella de Joy Division y Décima Víctima está ahí, pero lo que predomina es una querencia por destilar inquietudes sonoras que amplían su marco de acción de manera altamente refrescante. Bajo este prisma, sorprende gratamente su acercamiento a la electrónica orgánica de Arca, la cual que se hace muy presente en cortes como “Pena”, “Entre las piedras” y “Kolima”. Esta terna es la prueba irrefutable del nutritivo instinto espeleólogo que recorre cada centímetro de “Dolo”. Eso sí, sin renunciar nunca a punteos tan The Cure, época siniestra, como los que cosen “Parque de Atenas”.
El meridiano captado entre cuerpo afterpunk y heterodoxia electrónica redunda en la condición atemporal de unas canciones que difuminan épocas y géneros bajo escenas que parecen extraídas de “Arrebato” (1978), de Iván Zulueta, como en “Injusto”, pero también desde la pena infinita que nutre cada gramo del ambient industrial tejido en “Espuma”.
Las frases cosidas a la montura instrumental resuenan como diapositivas repetidas y desenfocadas. De esta dinámica, no hay ejemplo más representativo que “Hombre libres”, otra muestra cronenbergiana apegada a los The Cure de “Faith”. La obsesión de Somos La Herencia por reproducir mensajes distópicos en loop también está presente en “Cuero rojo”, otro corte donde la mística tan característica del grupo madrileño también se hace carne, como en el resto del álbum. Sin duda, uno que colma todas las expectativas puestas en él y que, además, las supera con creces.
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