Si aún no lo tenían registrado por su primer disco, apunten un nuevo nombre que añadir a la persistente tendencia que en los últimos años introduce en escena a jóvenes damas que, acompañadas prioritariamente de guitarra acústica, interpretan sentidas composiciones propias. La gaditana Mariana Gallardo presenta un segundo disco lírico en el que asoman dos facetas diferenciables. Por un lado encontramos una cara melancólica y amable que la empareja irremediablemente con Russian Red, Anni B Sweet o Alondra Bentley, y por el otro la artista muestra una vertiente tornada áspera y belicosa, virando hacia temperamentos como Ainara LeGardon o P.J. Harvey. Mientras que la versión melódica de la artista resulta válida, es sin embargo esa parte brusca e incómoda la que tiende a perfilar su propia personalidad, y con la que consigue puntuar alto a lo largo de los trece cortes que componen este álbum co-producido con Paco Laco en los frecuentados estudios del Puerto de Santa María. Y es que la voz de trazo grueso de la compositora se revaloriza al embravecerse desde la calma en un distintivo que interesaría concretar en próximas entregas.
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