Catorce años han pasado desde que un 13 de diciembre de 2010 se apagara para siempre una de las voces más representativas de nuestra música. Los mismos años que hemos tenido que esperar para ver resuelto y amainado este “Mar en calma” (24), un proyecto ideado al alimón entre Enrique Morente y su hija Soleá que comenzaría a tomar cuerpo a lo largo del año de su inesperada y todavía llorada pérdida.
Todos conocemos las trágicas circunstancias que truncarían este y quien sabe cuántos proyectos más. Pero gracias a su legado carnal, dispuesto en las voces y talentos de su prole, continuamos teniendo la sensación de que el embrujo del ronco del Albaicín nunca se fue del todo. Animada por su hermana Estrella, la mediana de los Morente se arma de valor para reencontrarse con las notas de esta asignatura pendiente, esbozadas a medias entre padre e hija y prestas para volver a la vida de la mano de una bellísima propuesta difícil de juzgar con parcialidad.
Una espinita clavada que Soleá se arranca a coro con un surtido de lujosos invitados en los créditos. Y es que si algo puede atraer el apellido Morente a estas alturas son buenas compañías. Por un lado, Soleá se apoya en el hombro de otro nombre propio del flamenco como es Isidro Muñoz Alcón, hijo de cierto maestro sanluqueño que no requiere de presentación alguna. Solo por este tándem, y la intrahistoria sentimental que habita en cada una de las ocho pistas del elepé, tendríamos ya garantizada una experiencia sonora del todo hermosa y arrebatadora, pero no se vayan todavía porque aún hay más.
Soleá Morente se viste de Billie Holliday (como ella haría en su día de Frank Sinatra) para colmar de elegancia el disco desde su arranque y trasladar el “I’m a Fool To Want You” a una suerte de jazz-flamenco de blanco satín; le pide prestado a Israel Fernández su guitarrista de cabecera, Diego del Morao, para naufragar entre las notas de saudade del “Sueños” de Peninha (previamente españolizados por Fernando Trueba); y se alía con su hermano Kiki para unificar pasado y presente con el “No temas nada” de Carlos De Pepa, convertido ahora en mantra propio.
A pesar de su contexto –un disco que Enrique prometió hacer junto a su hija si esta aprobaba la carrera-, no hablamos necesariamente de un homenaje per sé a su memoria ni de un catálogo cargado de melodrama y añoranza. Soleá parte del boceto para coger carrerilla, mirar hacia adelante y resolver con estilo propio una generosa retahíla de guiños a la cultura de su tierra (de los “Poemas” de José Manuel Caballero Bonald a las “Palabras para Julia” enunciadas por Alberti e Ibáñez). Juega con picardía con las palabras (“La Chamelona”), se viste de pico y cola a ritmo de copla (“Babilún”) y vuela por encima del viento-metal (“La verdad”) para confirmar que este no era solo un asunto sin resolver, sino también un gran trabajo que sumar a su reivindicable repertorio privado.
De la mano de una portada delineada por la matriarca Aurora, este “Mar en calma” aterriza también con la feliz confirmación de suponer el resurgir de Discos Probeticos, el sello discográfico que Morente crearía en los noventa con el cometido de poner en jaque a las multinacionales de turno. Así pues, y además de lo grato que supone toparse con esta sentida grabación, no podemos evitar ilusionarnos con ese material inédito que la familia del cantaor advierte con publicar en el futuro bajo esta particular etiqueta, cumpliendo así con su loable propósito de demostrarle a la industria y al mundo que Morente está más vivo que nunca.
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