Lindsay Jordan no es ni mucho menos la primera a la que le rompen el corazón. Quizás por eso las canciones de su “Valentine” nos atrapan al instante, porque en los temas de desamor encontramos una de esas pocas verdades reconocibles y universales.
Con solo dieciocho años, Jordan se dio a conocer al mundo con su debut “Lush” como Snail Mail. Fue hace solo cuatro años, coincidiendo en el tiempo con una nueva ola de talento joven entre las que encontramos a Soccer Mommy o Julien Baker. Dar continuidad a un debut que fue tan aplaudido no es tarea sencilla, pero Snail Mail lo hace con honestidad y un afán por reconocerse en nuevas paletas de colores. Fue esa sinceridad la que nos hizo conectar con “Lush”, puro indie rock sin perder su voluntad más pop. En su primer trabajo, Snail Mail supo cristalizar con naturalidad el momento exacto en el que se apagan los primeros amores. Ahí donde resulta imposible no caer en el melodrama adolescente, Snail Mail nos confirmaba en “Pristine” que, efectivamente, esa pena le duraría toda la vida. Y nos gustaba creerla, porque su debut tiene mucho de ese impulso tan humano de aferrarse a lo que pudo ser.
Por eso mismo “Valentine” se disfruta aún más. Esta vez Snail Mail incorpora una perspectiva más madura y autoconsciente al hablar de la ruptura, para finalmente caer en la cuenta de que, aquello que parecía un mundo y el mayor de los dramas hace unos años, al final no era tan importante. Todo pasa. Lo expresa con algo de ironía en “Forever (Sailing)”, entre sintetizadores cálidos y una nostalgia prestada en forma de sample de “You And I” de Madleen Kane, reinterpretando su significado. Si “You And I” hablaba de una visión del amor casi onírica y capaz de superar toda dificultad, “Forever (Sailing)” es su reverso más realista. Aunque el barco se hunda, para Snail Mail el naufragio es la mayor prueba de que aquello fue real.
Más allá de una melancolía contemplativa, la homónima “Valentine” se sitúa en el momento justo en el que la tristeza se convierte en rabia, pasando por los sintetizadores más contenidos hasta estallar en riffs directos y luminosos. También hay mucho de ese deseo irrefrenable de llegar hasta el final de cada conexión humana, aunque eso signifique consumirse. Porque si de algo trata “Valentine” es de los anhelos, miedos y vivencias de Jordan en estos últimos años. Su camino hacia la sobriedad, los comportamientos obsesivos y el significado de la fama toman protagonismo en este segundo disco. Entre la pesadumbre y el hastío de la línea de bajo de “Ben Franklin”, un tema más pop y más oscuro. En Ben Franklin el miedo al abandono difumina la frontera entre realidad y ficción, dejando los comportamientos tóxicos al descubierto. Ahí donde sus letras se atreven a mostrar la verdad más descarnada y se dejan acompañar por sonidos más experimentales es donde encontramos la madurez sonora y lírica de “Valentine”.
La sinceridad radical de “Valentine” se vuelve más compleja, asumiendo que en las diferentes fases del amor todos podemos ser víctimas o verdugos. Todo es cuestión de perspectiva y en este disco, grabado entre 2019 y 2020, Snail Mail es capaz de tomar distancia para ver la ruptura desde diferentes ángulos. Porque aunque el desamor es el gran tema siempre presente, “Valentine” también habla de la ruptura con esa adolescente de las afueras con ganas de descubrir qué le depararía el futuro. “Glory” es testigo de ello, una canción con ecos de Hole que gira asfixiante alrededor de la obsesión y lo oscuro de la fama. Convertida en referente por su aguda sensibilidad en la que muchos se vieron reflejados, estos últimos años Jordan ha tenido que lidiar con las consecuencias de una sobreexposición que la llevó a pasar por rehabilitación.
La incorporación de nuevos instrumentos, como cuerdas o sientes con más texturas, también hace que los arreglos del disco se vuelvan más complejos sin ser fastuosos: todos los elementos encajan de manera natural sin necesidad de ser artificioso. Cuando llegamos a “Mia”, el cierre del álbum, “Valentine” se ha convertido en una carta de despedida. Porque esa Mia, omnipresente en todo el disco, ha tomado diferentes formas: es la obsesión en “c. et al” (que nos puede recordar a Elliott Smith), es el peligro de idealizar a la otra persona en “Madonna” y finalmente en “Mia” es la necesidad de crecer y dar cierre a una etapa. Actúa a modo de catarsis, aceptando el melodrama como parte de ese amor, pero esta vez sin retenerlo ni recrearse en ese dolor, que hace un tiempo parecía eterno. Lo que en realidad era eterno es el amor, aunque al final tenga que decirle adiós.
“Valentine” es un disco agridulce, que acepta la propia vulnerabilidad con confianza en sí misma. Un paso hacia la madurez, tanto personal como sonora, con la mirada ya puesta en lo que está por llegar.
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