Mucho se había especulado sobre el nuevo trabajo de Jayhawks. Que si sería su disco menos country (cierto, aunque no en menor medida que su anterior “Sound Of Lies” del que es su consecuencia más lógica), que si incluían bases y componentes electrónicos (también cierto, aunque en realidad tan sólo sean una ligeras pinceladas de las que salen airosos en “Somewhere In Ohio” y no tanto en “(In My) Wildest Dreams”), que si la producción correría a cargo de Bob Ezrin, quien incluso iba a participar en las composiciones del grupo (también es verdad y, aunque esta es la influencia más notable y destacada, tampoco ha supuesto la revolución que algunos se temían y el disco sigue sonando a Jayhawks por los cuatro costados). Preguntas, especulaciones, inquietudes que, todas ellas, demostraban que este era un álbum largamente anhelado por sus fans y que, frente a tanta expectativa, era fácil caer en la decepción. Pues nada más lejos de la realidad. Pueden ir alegrando sus corazones porque el último disco de Louris y Perlman se integrará a su cancionero sin ningún pudor o complejo para el deleite de nuestros oídos. La clave: la enorme sencillez de unas harmonías cautivadoras como pocos, muy pocos, han sabido elaborar. Desde “Smile”, que abre el disco con esplendor clásico , hasta “Baby, Baby, Baby” tan sólo nos cabe quitarnos el sombrero.
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