Hace dos años y con motivo de la reseña de ‘Shiny And Oh So Bright, Vol. 1 Lp No Past. No Future. No Sun’ (Napalm, 18) para este mismo medio, afirmaba que resultaba ya obligado asumir que The Smashing Pumpkins han dejado atrás aquella personalidad artística que lucieron hace un cuarto de siglo. Era la conclusión más evidente extraída de la anterior entrega de los de Chicago, alejándose el grupo definitivamente de ese poso sentido y mitificado dejado en la década de los noventa. La presente obra no solo señala en idéntica dirección, sino que además muestra a una formación empleada a fondo en la búsqueda de esas bases que deben cincelar su sonido actual. Un empeño que, tras superar la disolución del año 2000, debería terminar por definir esa segunda etapa del grupo que comenzó con ‘Zeitgeist’ (Reprise, 07) y que no significa sino su inevitable madurez creativa. Porque el entorno ha cambiado, y con él también la propia banda y un público que hace ya tiempo que dejó atrás los veinte años. Una serie de circunstancias, todas ellas, que deben asumirse como premisas obligatorias antes de acercarse el undécimo álbum de estudio del cuarteto, para evitar así la sorpresa tornada en absoluta decepción.
En pleno epicentro de su segundo tramo como The Smashing Pumpkins, Billy Corgan y compañía terminan por ofertar el que es su disco más evidente y desprejuiciadamente pop. La contundencia de ataño desaparece casi por completo, para dar paso a inéditas oleadas melódicas y sintéticas que Corgan rasga levemente con su voz. En ‘Cyr’ (Sumerian, 20) los teclados y sintetizadores toman un protagonismo tan destacado como nada disimulado, rallando muy por encima de guitarras relegadas a un segundo (o tercer) plano. Es así como en el lanzamiento predomina un synth-pop que remite a aquella (acertada) colaboración de Corgan con New Order en la canción “Turn My Way”, incluida en el elepé ‘Get Ready’ (London, 01) de los británicos. El vocalista podría haber almacenado las lecciones de Bernard Sumner, esperando el momento propicio para plasmarlo en su propio lienzo. Una decisión que unida a la confianza (o ego desmedido) del propio Corgan propicia que, en pleno apogeo de lo frugal y lo escueto, el grupo asuma el salto mortal de firmar un álbum doble, con un total de veinte canciones –la mitad de ellas adelantadas como sencillos– sobre las que explayar las peculiaridades de su nuevo sonido. La apuesta es tan arriesgada que, como era de esperar, en la práctica no resulta del todo satisfecha tras alternar aciertos con innegable relleno. Entre los primeros cabría colocar “The Colour Of Love”, la efectiva “Cyr” que da título al elepé, “Ramona”, las bonitas “Wrath”, “Dulcet in E” y “Birch Grove”, y también “Save Your Tears”, “Adrennalynne” o una “Wyttch” que, con su línea gruesa de bajo, sería el ramalazo más efectivamente nostálgico del lote.
A lo largo de su segundad mitad, la referencia empieza a espesar y complica hasta el engorro la acción de separar el trigo de la paja. Esto no es ‘Mellon Collie And The Infinite Sadness’ (Virgin, 95) y, sin duda, ‘Cyr’ (Sumerian, 20) hubiese lucido más de haberse concretado y quedar apuntalado únicamente sobre sus mejores momentos, seleccionando de esta forma diez, doce o a lo sumo catorce temas. En cualquier caso, estos son The Smashing Pumpkins en pleno 2020, con una alineación formada por los originales Billy Corgan, James Iha y Jimmy Chamberlin junto a Jeff Schroeder ejerciendo como bajista, además de las palpables colaboraciones vocales femeninas de Katie Cole y Sierra Swan colocadas a lo largo de todo el álbum. Y, en consecuencia, ‘Cyr’ sería su manual de uso vigente, con el pop como orgulloso santo y seña del presente (y quizás futuro) de la formación, en la enésima prueba de cómo funciona el asunto en la actualidad. Para retomar la profundidad y emoción descarnada de ‘Gish’ (Virgin, 91), ‘Siamese Dream’ (Virgin, 93), el mencionado ‘Mellon Collie And The Infinite Sadness’ (Virgin, 95) o ‘Adore’ (Virgin, 98), basta con volver la vista al pasado.
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