Confieso que estoy en el grupo de quienes hace mucho tiempo que no esperan grandes cosas de Smashing Pumpkins, por decirlo de manera suave. ¿Significa eso enfrentarse lleno de prejuicios a esta nueva obra operística dividida en tres actos? Puede ser. Lo que sí sé con certeza es que si una canción tan vulgar como “Beguiled”, que por momentos parece una versión desinflada y casi paródica de “Zero”, se erige como single de una trilogía que tendrá una treintena de cortes, la cosa empieza con mal pie.
Su anterior trabajo, el futurista “Cyr” (20), ya era tan largo como irregular, pero tenía sus momentos: o al menos, yo me empeñaba en encontrarlos. Pero cuando llega un artefacto tan espantosamente excesivo, errático y poco inspirado como éste, supuesta secuela de “Mellon Collie and The Infinite Sadness” (95) y “Machina” (00), se me agotan las coartadas.
El enigma de cómo unos tipos que en su momento compusieron canciones memorables como “Today” o “1979” acaban en esta especie de desfase ochentero, daría para un tratado filosófico. Y es verdad que la mutación del grupo en banda de indigesto rock seudo progresivo muy pulido viene de muy atrás. Cortesía, imagino, del visionario Billy Corgan. Quizá el problema sea de base. Porque seamos sinceros: si la discutible idea de “ópera rock” le vino grande a The Who -sin discusión, una de las más grandes bandas de rock que ha dado este planeta-, Corgan y sus acólitos no lo tenían fácil retomando el empeño. Y en fin, desde las atmósferas ampulosas y el punteo de “ATUM” nos espera toda una experiencia.
Porque al estribillo decente y muy popero de “Butterfly Suite” le siguen unas guitarras horrendas ultraprocesadas y unos coros de risa: empacha el despliegue de demasiadas ideas no muy brillantes, de capas y capas de sonidos producidos y melodías que se van sucediendo al estilo de…sí, una ópera rock. La contundente “The Good In Goodbye” no empieza mal, pero pronto desemboca en empalagoso barroquismo. Luego tenemos el AOR progresivo de “Embracer”, con su electrónica de saldo, sus corillos celestiales y el pianito a lo Coldplay…Ni en los momentos más intimistas nos libran de arreglos azucarados (el arranque de “With Ado I Do” se medio arregla en el estribillo). La sobreproducción de “Hooligan” da grima. “Steps in Time” (con sus guitarras dobladas) tiene un pase, aunque sufre también de los excesos que camuflan la falta de sustancia. “Where Rain Must Fall” es radiofórmula ochentera sin mucha gracia.
Pero la cosa empeora: el riff de “Beyond The Vale” y los timbales de pega son ridículos, como lo es por entero la (¿voluntariamente cómica?) pachanga carnavalesca de “Hooray!”. Menos mal que la melodía vocal y el estribillo de “The Gold Mask” evocan (¡Aleluya!) glorias pasadas. Pero es demasiado tarde. El disco ha terminado.
Ambición nunca le ha faltado a Corgan, está claro. El problema es cuando esa ambición se canaliza de modo fatalmente erróneo. Miedo da lo que les espera a los valientes que se atrevan con las dos partes restantes.
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