Al grito de “Let´s Get Weird” se presenta este
sexteto de San Francisco. Vamos a ponernos raros. Genial, vamos. Así,
el disco empieza a ritmo de rock psicodélico con “New Age” y es como si
se tratase de la banda sonora para un sacrificio masivo. Celebración y
casquería, siete minutos, Jefferson Airplane desatados. Lo
siguiente es el lamento y la oración. Arranca “Lord” a pasos de soul
nocturno y sureño, como cuando Chan Marshall baja a grabar a Memphis, y
en el acto consigue que el disco no sólo merezca la pena, sino que
incluso tome tintes de cosa muy seria. Así de buenos somos, parecen
querer dejar claro desde el principio. Más que claro queda, y a partir
de ahí es cuando la cosa ya se pone rara. “Red/Black” y “Sleepy Son”
fuerzan la máquina, destilan sudor negro y hacen medio guiño a
propuestas actuales como la de Howlin´ Rain, “Golden Artifact” son The
Beatles de ácido, “White Dove” es el camino de vuelta, cuando suena
“Snow Goddes” ya dudas si eso es estudio o directo y “Duet With The
Northern Sky” apaga las luces como quien se va sin querer hacer ruido
pero queriendo ser recordado.
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