Si el mismo concepto de unplugged era discutible cuando la MTV lo popularizó en los 90 para hacer caja, imaginemos hoy con lo que ha llovido. Pero pensándolo bien, si un dinosaurio del pop era susceptible de caer en la tentación (como cayeron en el de versiones de hace unos años), no podía ser otro que el grupo de Jim Kerr y Charlie Burchill, Simple Minds. No lo pueden evitar, y lo digo desde el cariño. Porque, ¿qué me dicen de la portada con esa guitarra grabada a golpe de navaja? El acartonamiento de un grupo puede alcanzar cotas insospechadas.
Hace demasiados años que Simple Minds perdieron lo que les hizo grandes en aquellos lejanos primeros 80, cuando publicaron para Virgin una asombrosa sucesión de discos tan diferentes como audaces. (Escuchen, si no se lo creen, la reedición de “New Gold Dream”, obra maestra del synth-pop y antesala de la borrachera de masas y su cargante vocación por salvar a la humanidad en lugar de hacer buenas canciones). Abducidos desde entonces por la causa del pop comprometido de estadio ampuloso y cada vez más vacuo, llevan años, con tanto tributo post-punk más o menos encubierto a su alrededor, intentando sin disimulo enderezar su legado. Pero los discos, recopilatorios o no, y las giras con las que tratan de reconciliar su pasado en la vanguardia de la escena de Glasgow con su alma dominante, no han conseguido su objetivo. Es imposible.
El problema de base de “Acoustic” es que maldita la falta que le hace a canciones como “The American”, “Glitering Prize”, “Chelsea Girl”, “Someone Somewhere In Summertime”, incluso “Waterfront” -paroxismo del rock comercial de los 80, pero todavía con personalidad y fuerza- ser reinterpretadas en formato acústico; no es que el nervio post-punk, su misma raíz, se resienta del experimento, es que las canciones acaban siendo domesticadas de la peor forma posible.
Es significativo que las canciones más flojas de la selección (“See The Lights”, la ajena “Don´t You (Forget About Me)”, canción mediocre que en 1985 encajó la última baldosa del camino dorado hacia los estadios, la pastelerilla “Alive and Kicking”) sean las que más agradecen el tratamiento de puro AOR: Coros femeninos presuntamente souleros (todavía en “Once Upon A Time” tenían su gracia), arreglos medidos hasta el milímetro, sonido con cierto gusto (pese al máster) y sí, un Jim Kerr que conserva su imponente voz. Lo que no evita convertir un puñado de canciones excelentes (y otras no tanto) en insípida música de ascensor. Estoy seguro de que no montaron la banda en 1977 para esto, pero también que a su público actual le gustará. Y seguramente sea eso lo más preocupante.
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