Respirar profundamente, dejar caer la aguja o darle al play en su defecto, cerrar los ojos, arrojarse, sentir a flor de piel, degustar cada instante y seguir respirando. “Toda la vida, un día” (23), un viaje musical por el transcurrir del tiempo y las marcas que nos dejan en la piel y en el alma los sabores y sinsabores del día a día; un recorrido por cada fase vital, únicas e imprescindibles, principios y finales unidos por un nuevo renacer. Una vida entera, un ciclo circular completo e infinito en 69 minutos, caóticos y ordenados en 21 canciones, divididas en 5 movimientos, reflejos de cada etapa, con sonoridades, gustos, olores, texturas y colores distintos, cada cual con su luz, búsqueda y aventura particular. Una reivindicación de la belleza y riqueza de cada momento, de la infancia a la vejez, pasando por la efervescencia de la juventud, la madurez y la edad adulta. Sí, estamos ante una obra inmensa, abrumadora, tanto en su forma como en su fondo, uno de esos pocos discos que se acerca al milagro desde la primera escucha, transmitiendo el vértigo de crear y vivir a partes iguales. Surcos en los que se entra y se sale (si es que puedes) distinto.
Poseedora de la que quizás sea la voz más bella, versátil y libre de las dos últimas décadas, acostumbrados estamos a que Silvia Pérez Cruz nos regale vidas extras a cada nueva entrega, en estudio y en directo, rozando siempre la excelencia con naturalidad y a corazón abierto. Del imprescindible debut en solitario “11 de novembre” (12), al antes y después que marcó con “Granada” (14), junto a Raül Fernández Miró, pasando por el desgarrador y esperanzador “Domus” (16), banda sonora de la película “Cerca de tu casa” que le valió el Goya a Mejor canción original; luego vino el delicioso “Vestida de Nit” (17), acompañada por un quinteto de cuerda, hasta llegar a su penúltimo ecléctico, camaleónico y multicolor “Farsa (género imposible)” (20), donde las canciones danzaban con la poesía, actuaban con el cine y palpitaban en el teatro. Además de este repóquer ganador de discos de estudio bajo su nombre, fue cofundadora y voz solista desde 2004 hasta 2011 de Las migas, con las que grabó “Reinas del matute” (10), y ha colaborado con innumerables artistas nacionales e internacionales de un sin fin de estilos y diferentes géneros artísticos, recorriendo medio mundo y siempre dejando marca a su paso. Entre otras muchas cualidades, por “su inquebrantable compromiso con la belleza”, recibió el Premio Nacional de las Músicas Actuales 2022. Y ahora, tras tres años de preparación, reaparece con su trabajo más ambicioso hasta la fecha, “Toda la vida, un día”, un disco que “nace de la soledad con voluntad de unir soledades”, producido por ella misma y en el que han participado más de 90 músicos. Canciones creadas desde la intimidad de la pandemia y completadas a fuego lento por medio mundo, de Cuba a Uruguay, de Barcelona a Islandia o México, “sin esperarte, sin esperar”, con el alma al sol, cantándole a la lluvia y al viento.
El eterno retorno de vivir para sentir y cantarlo en cinco movimientos que reflejan los ciclos de la vida, cada uno de un color y amor propio. Este maravilloso cuento vital comienza con el “Primer movimiento”, el“Círculo amarillo” (cuatro primeras canciones), representando la luz de la “Infancia”, donde reina la seguridad y la calma del hogar. Así nos dejamos llevar por los aromas y energía limpia de las flores y los rayos de sol en el jardín, meciéndonos en una fase en la que reina la armonía, el disfrute y la inocencia, aferrándonos, para que no se acaben, los días luminosos de un verano que revivimos y ansiamos. Las ganas de compartir… canciones compuestas durante el confinamiento como regalos de cumpleaños para amigos.
“Terrifiés, à la recherche d'une fleur familière oú s'abriter, et l’inmensité du champ l’en fait peur”.
De la confortable brisa que nos mece en “Ell no vol que el món s'acabi”, pasando por la delicada belleza de ese amor de primavera pospuesto para verano en “Els dracs busquen l'abril”, ambas con deliciosos arreglos de cuerdas y coros celestiales, como la celebración de la amistad y el cuidado mutuo en “Planetes i orenetes”, sin olvidar “La flor” central, bellísima y cegadora metáfora de la fragilidad y fortaleza de la vida que corta la respiración. De aquellos trágicos, dolorosos e injustos momentos vividos íntimamente, confinados, en la distancia, al radiante florecer: “...un día de esa primavera sin sonrisa y con / bozal, sin misa y funeral / sin un abrazo fraternal, cerraron el telón, / llenaron otro avión, brindaron por la ausencia / de la educación, / limpiándose las manos / rebrotan los veranos más que aquella flor”.
“Círculo azul” (siguientes cinco canciones), “Segundo movimiento” y nos adentramos en el mar de “La Inmensidad”, en la huida, búsqueda y transformación constante de “la juventud” (de los 20 años a los 40). Tormenta y calma a cada parpadeo. El movimiento más experimental y atrevido, con instrumentos de viento, texturas y efectos mil, sintetizadores y autotunes incluidos, con Silvia adaptando versos de otros poetas para la ocasión. “Aterrados / buscan una flor familiar donde guarecerse, / y les asusta / la inmensidad del campo”. Comenzamos los surcos azules ordenando la inmensidad con la ayuda de las omnipresentes flores y personas que nos quieren, con el brillante poema de William Carlos Williams como sustrato de la onírica y resplandeciente oscuridad de “Aterrados”; con la voz de Silvia flotando, fragmentándose y duplicándose en una brumosa atmósfera que nos envuelve hasta que cogemos aire en el silencio y, de repente, un coro arroja esa calma y cobijo que piden los versos. La poeta uruguaya Idea Vilariño presta dos poemas para las dos siguientes pistas: “Sin”, con el canto de Silvia gravitando en el espacio exterior entre cuatro saxos (uno el suyo): “Sin arriba, sin abajo, sin principio, sin fin. / Sin este, sin oeste, sin lados ni costados y sin centro”. Seguida de “Sucio”, con la voz de Silvia desde el otro lado del cristal, contemplando el cielo y acompañada esta vez por un teclado y vientos: “Alzar la vista al misterio abismal de las estrellas, que seguro será algo tan sucio, tan mezquino y tan sucio como esto”. Fernando Pessoa, “El poeta es un fingidor” y quizás el tema más electrónico y experimental del lote, con la voz procesada de Silvia, más espacial que nunca, pero sin perder pellizco, al contrario, rezumando raíces entre las estrellas y cierto aroma coplero. Vamos a salir de la inmensidad del “círculo azul”, pero ya no seremos los mismos, vamos a “salir distintos”, ocho monumentales minutos flamencos, muy morentianos, repletos de recovecos y matices, con Silvia derrochando quejío y lunares intergalácticos, “despegando” junto al maestro Pepe Habichuela al toque, el latido del bajo de Carles Benavent y, en el fin de fiesta marciano, ese inquilino del mundo y chatarrero sideral rebosante de compás jerezano, Diego Carrasco rules. Y no, no me olvido de la gran Carmen Linares y esa jondura rota que encoge el alma y para el tiempo. Como decía Enrique Morente, y Carmen canta en esta joya, “Salir distinto”: “Estamos vivos de milagro”.
“Tercer movimiento” y tres canciones, el “Círculo verde”, “Mi jardín”, el de Silvia (de los 40 hasta los 60 años), revisitando el poema matriz de William Carlos Williams como obertura, “Aterrados”, esta vez desnudo de toda instrumentación, con un coro italiano de voces masculinas como protagonistas. Y eligiendo personalmente cada cuidado, cada flor, cada persona, se acerca el invierno con dos hermosísimas piezas compartidas, desnudas y cantadas cara a cara: la generosidad y humildad de pedir “Ayuda (Martín)”, junto a Juan Quintero y, en ese florecer del amor propio, de reencontrarse y cuidarse uno mismo bajo una calmada y reconfortante madurez, la también bellísima “Mi última canción triste”, junto a Natalia Lafourcade, donde Silvia canta por primera vez en décimas (también en “Em moro”).
El “Cuarto movimiento”, el “Círculo negro” (de los 60 años hasta la muerte), huele a madera y sabiduría. “El peso”, la simplicidad y la conciencia de la vida entera, de pararse, mirar atrás y seguir emocionándose, repartiendo abrazos y amabilidad a cada paso. De nuevo tres canciones y artistas invitados: La belleza crepuscular del tema titular, “Toda la vida, un día”, junto al sentido y sobrecogedor canto de Liliana Herrero, la sobriedad trágica y solemnidad palpitante de “Tots els finals del món”, con unos cuidadísimos arreglos de cuerda, y el emocionante “Em moro”, con Salvador Sobrall y Silvia Pérez Cruz plantando flores y amor antes de morir momentáneamente, fundiéndose y tejiendo con sus cuerdas vocales otra canción inmortal.
Venimos de morir y en el “Quinto movimiento” celebramos el “Renacimiento”, el vivo latido del “Círculo rojo”. Rebrota la alegría y se transforma, tras el frío, fluye la sangre caliente al son de la vibrante primavera, parto y nuevo comenzar. Las percusiones y las voces marcan la esencia de estas últimas seis pistas. Del pandero que palpita y los cantos que se unen para que todo florezca en “21 de primavera”, al rasgueo percusivo de metal que despierta el día y el hammond sanador de una “Intro” que funde con la riqueza sonora y espiritual de “Estrelas e raíz”, con Maru y Rita Payés sumando corazones contentos y nuevos amaneceres junto a Silvia, bajo un cielo estrellado de raíces hecho canción que no nos deja tocar el suelo.
Con introducción poética del dramaturgo Pablo Messiez, seguimos recorriendo “la imperfección más bella” de vivir, surcando ahora las limitaciones y ventajas del lenguaje en “Nombrar es imposible”, con músicos cubanos, coros y una flauta mágica que desatan el suave vaivén de las olas, divisando otros horizontes y besando en su ir y venir, enamoradas, el Malecón de La Habana.
La placidez de la nana de sol de invierno en “El teu nom” nos mece y conduce al final y principio de todo, con una “Món” que “espera con un ramo de flores escogidas especialmente para ti” y, justo como comenzamos, se despide recitando en francés y abrazándonos con puro amor maternal y futuro refugio, divisando de nuevo el primer círculo y cruzando una mágica atmósfera que nos da la bienvenida antes de conocernos: “Je ne te connais pas encore mais je t’aime”.
Respirar profundamente, dejar caer la aguja o darle al play en su defecto, cerrar los ojos, arrojarse, sentir a flor de piel, degustar cada instante y seguir respirando. “Toda la vida, un día”.
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