Empieza “Total Inmersion” como una bofetada en la cara de ese personalísimo rock áspero de estructuras intrincadas, llegan los riffs pesados y oblicuos de “Blues Is Loss”, las melodías enigmáticas de la voz y sabemos que los de Chapel Hill están de vuelta. En realidad, volvieron en 2008, tras un paréntesis de una década, con el magnífico In Prism y Siberia confirma su buen momento. Su sexto álbum es una exhibición de fuerza y compenetración, en los que equilibran pegada y personalidad. Largos desarrollos instrumentales, en los que los instrumentos se entrelazan como piezas de un mecanismo de precisión (geometría en la portada), arpegios marca de la casa, requiebros rítmicos y de tiempo en los que todo parece desencajarse para volver a su sitio. Una banda exigente en plenitud. Ocho cortes, entre ellos, “Light, Raking” de lo más accesible que han hecho nunca, con ese sintetizador analógico al final. A pesar de algún despiste progresivo (“Changed”), mantienen intacto el misterio. Son de esos escasísimos grupos de rock capaces de aventurarse por nuevos caminos (math rock, lo llamaron) sin perder los papeles.
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