La repentina y dolorosa muerte de Steve Albini -en realidad todavía no la hemos asimilado- arroja otra luz sobre el magnífico sexto álbum de estudio del inimitable trío de Chicago. Hemos vivido demasiados conciertos memorables en los que el legendario ingeniero de sonido y sus compinches, Bob Weston y Todd Trayner, nos regalaron su magisterio. Bolos en los que hacían justicia a las canciones sin aditivos que han ido grabando en breves sesiones puntuales en Electrical Audio. Menuda broma pesada del destino que se haya ido una semana antes de la publicación de este nuevo LP…el cosmos no tiene vergüenza.
No se trata de buscar interpretaciones fúnebres a la misteriosa portada -una solemne fortografía en blanco y negro de Bob Weston, analógica por supuesto, de la imponente estación de tren inmortalizada en “Los intocables”-, o el mismo título, en plan “Closer” de Joy Division… o las connotaciones de la última canción “I Don´t Fear Hell” (ejem), sino de valorar lo que habíamos dado por sentado. La cruda realidad es que ya no habrá más Shellac. Se acabó. Y duele, vaya que sí. En un panorama que tiende a lo uniforme, blando y hortera, echaremos muchísimo de menos su duro estoicismo y radical renuncia a cualquier tontería, su ética a contracorriente, su sobria singularidad.
“Dude Incredible”, de 2014, había bajado un palmo el listón, en el sentido de que nuestros hombres daban algunas muestras de aburguesamiento. Había menos inspiración. Puede que el trío alcanzara la cima de sus posibilidades con el anterior y glorioso “Excellent Italian Greyhound” (2007), y algunos de los elementos de su espartana propuesta empezaban a repetirse más de la cuenta.
Lo bueno de este “To All Trains” es que el trío, además de recrearse en esos lugares conocidos que dominan, con la contrastada compenetración de tres almas musicales tan afines, encuentra el vigor y el entusiasmo para regalarnos momentos vibrantes en los que recuperan el fuego incombustible de sus mejores días: ahí están la sublime y frenética “Chick New Wave” y sus breaks de batería demoledores. O “Scrappers”, con ese ritmo de hierro y homenaje entre sincero y de coña a los chatarreros locales. El sarcasmo siempre ha sido parte integral del show.
Empiezan las guitarras metálicas de la Travis Bean de Albini en “WSOD” y sabemos que nos espera un buen viaje, cuyo poder emocional se redobla ahora por la nostalgia. Pero esta vez abundan las sorpresas y los aciertos, no el piloto automático: la cadencia siniestra de “Wednesday”, el imbatible riff de bajo de “How I Wrote How I Wrote Elastic Man”…O el ritmo avasallador de la divertidísima “Scubby The Rat”: como si una banda de dibujos animados se hubiera puesto a bailar post-punk.
No puedo evitar terminar poniéndome el mono de fan. Déjense de hostias y escuchen este disco en vinilo y con unos altavoces decentes. Suban el volumen. Entonces se revelará el milagro: la banda parece que está ahí mismo, con su sonido de aluminio forjado y las cajas de batería imperiales, los timbales que salen de los conos, todo entrelazado como si fuera un único organismo. ¿Cómo es posible? Ese hiperrealismo descarnado era el Santo Grial de Albini como técnico y músico, y así se despide con este álbum a la altura de su leyenda. Celebrémoslo.
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