Antes de convertirse en protagonista de su propia carrera, Ted Leo había publicado ya discos interesantes (con bandas como Chisel) aunque nadie parecía prestarle mucha atención.
Antes de convertirse en protagonista de su propia carrera, Ted Leo había publicado ya discos interesantes (con bandas como Chisel) aunque nadie parecía prestarle mucha atención. Tuvo que lanzarse a la piscina y debutar con su propio nombre para que se le empezase a valorar primero por su música y después también por sus textos inteligentes. Con el paso del tiempo, en Estados Unidos, se ha convertido casi en una pequeña leyenda indie, y yo sigo con la sensación de que algo se me escapa. Sus canciones suenan frescas y vivas (cada uno de sus discos tiene como mínimo seis o siete que superan la media), la forma en la que recupera el sonido británico de The Kinks o The Jam y de la new wave de Elvis Costello o Joe Jackson (sobre todo él) tiene bastante gracia, sólo que deberíamos reclamarle que acuda a otro tipo de producción, que huya de ese sonido estándar de los grupos hardcore que no quieren sonar como tales y, ante todo, que busque un camino más propio. Cualidades tiene, así que quizás sea cuestión de inquietudes. Puede que Leo se contente con erigirse en trobador alternativo que apenas defrauda y se la traiga al pairo todo aquello tan pretencioso de superarse y ese tipo de cosas que tanto nos gustan a los críticos. Quién sabe, quizás sea mejor así, que más vale pájaro en mano...
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