Hay una bendita indefinición a la hora de consensuar en qué veta genérica situamos a Seward. Pero al mismo tiempo, un gozoso caudal emocional en todo lo que tocan, que se expresa con la torrencial naturalidad con la que destilan un temario que tiene mucho que ver con el pálpito del free jazz y de cualquier género libérrimo, aunque sus pespuntes se enhebren con guitarras y mandolinas. Son refractarios al empalogoso reparto de jabón que rodea la promoción en las redes sociales, y han ido diseminando los temas de este segundo álbum, mezclado en los estudios del solvente Matt Pence (Centro-matic), en sucesivas entregas que se viralizaron a través de internet, como si se tratara de capítulos sucesivos, lo que da una buena idea de que nos encontramos ante una banda poco común en la explotación y difusión de sus recursos expresivos.
Hay en ellos algo de la épica retorcida que hizo de los primeros Godspeed! You Black Emperor algo muy especial, pero también brotes de folk espinado e incluso destilaciones de vapores blues sin una clara denominación de origen Y un prurito arty que no indigesta, el mismo que les ha llevado a presentar sus canciones en recintos tan poco proclives a la efusividad rock como museos o la misma calle. Tal y como suele ocurrir con casi todas las bandas que basan su poder de atracción en un desbocado impacto sensorial, sin bridas ni corsés, seguramente el escenario es el que da la medida más fiel de sus posibilidades.
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