Supongo que hay que vivir en Nueva York una temporada o al menos ir de visita turística unos días, para darse cuenta del hervidero de bandas que es la ciudad de la Costa Este, en la cual se han formado grupos tan dispares entre sí como LCD Soundsystem, Interpol, TV On The Radio y, por qué no, Secret Machines, ese trío originario de Texas que emigró a la Gran Manzana en busca de un sueño americano que, disco tras disco, se convierte un poco más en pesadilla.
Si empezaron con un primer álbum que mezclaba con habilidad las enseñanzas del rock alternativo con el clasicismo de Led Zeppelin, Pink Floyd o U2, a cada nuevo paso que han dado se han ido escorando y profundizando en el rock progresivo de marcada personalidad y duro planteamiento, aunque esa misma deriva les haya hecho perder totalmente la coartada cool de sus inicios, para caer en los brazos de lo “retro”, eso sí, con un orgullo muy marcado en todo el proceso. Pues bien, tras la marcha de unos de los hemanos Curtis (Benjamin su guitarrista está ahora muy bien acompañado por las gemelas Deheza en el grupo School Of Seven Bells, donde lo cool aflora de nuevo con fuerza), el tercer disco es todavía más progresivo, enmarañado y oscuro y, aunque no logran las cotas del último de Black Mountain, mantienen el tipo.
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