Hay reuniones que sirven de muy poco más allá de colmar las expectativas de los fans con un ejercicio de nostalgia que acostumbra a ser de lo más caduco. Otras, sin embargo, revitalizan un discurso que tuvo su gloria en el pasado, pero se revindica en el presente por su calidad o su vigencia. En el caso que nos ocupa, la unión de dos grandes nombres del sonido Seattle de los noventa, Greg Dulli (Afghan Whigs) y Mark Lanegan (Screaming Trees) bebe de lo uno y de lo otro.
Por un lado, composiciones como la opiácea “The Stations”, con la que abren su disco, o la musculosa, brutal y certera “Idle Hands” son una revisitación intensa y sólida del legado de ambos, encontrando puntos en común en el rock más intenso, el soul cavernoso y la melodía doliente, profunda y con ese punto de oscuridad y luz que le otorga la combinación de las voces de sus protagonistas. Ese es sin duda el principal valor de este álbum: disfrutar de la garganta dura y rasposa de Lanegan con la clarividencia instrumental de Dulli en un duelo en el que no hay vencedores y vencidos. Un enfrentamiento en el que el pulso rock se retuerce en una malla aterciopelada de sonoridades que han adquirido un estilo tan identificable que sabes quiénes son sus protagonistas casi de inmediato.
El disco mantiene el tipo e incluso te hace rememorar tiempos en los que todos éramos más inocentes y no estábamos contaminados por el hastío de la madurez, pero quizás precisamente por ello, quizás porque ya ni ellos ni nosotros somos tan jóvenes, nos falta ese punto de entusiasmo que a priori debería provocar que dos músicos de su talla se hayan unido. Quizás nos sobre algún medio tiempo y nos falte esa caña que alumbraba hasta la perfección obras como “1965” o “Dust”, discos que sonaban una y otra vez en el reproductor sin cansar a nadie. Este también rodará, aunque no tanto. No tiene la redondez de las grandes obras, pero no por ello es un mal disco. Al contrario, honra a sus protagonistas. Dos viejos amigos que te visitan de nuevo después de mucho tiempo. Te alegras de verles, a pesar de saber que nada volverá a ser como antes.
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