Si Ferran Palau publicara anualmente, tal vez sería más genio, pero también menos humano, pasando a engrosar la lista de misterios de la parapsicología musical. Y es que, claro está, por mucho que le pese a crítica y seguidores, dar con un resultado final tan armónico debe llevar tiempo y prudencia. Hace ya tres años, el co-capo de Anímic daba muestra de su talla -en sentido metafórico, y hasta aquí el ‘gag’ de la reseña- con “L’aigua del rierol” (disco de pop atmosférico y sofisticado) presagiando que tal preludio sólo podía tener por relevo un disco sesudo, comido de pruebas y re-grabaciones; vamos, lo que en otros sería la pérdida automática de chispa, Palau lo traduce en algo que, por milimétrico, apacigua y facilita la escucha.
Más ligero en contenido, con más espacio para las historias, tocado transversalmente por la existencialidad -culpa y espiritualidad-, el fondo coge un poso rugoso y tupido, un manto de sonidos otoñales y cálidos. Una sonoridad ocultista pero atractiva, fruto de la colaboración con Jordi Matas (Seward).
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