Vivan la diferencia y el embrujo. Ambas muescas son particularmente visibles en el debut en solitario (es un decir: Rita Payés es aquí un elemento indispensable, algo más que un contrapunto vocal) de Pol Batlle, cantautor barcelonés marcadamente heterodoxo, quien se aleja del rock ensortijado que practicaba en Ljubliana & The Seawolf para ventilar un trabajo que trastea con el pop, el folk, la copla o la canción de autor, en un puñado de canciones de una sensibilidad punzante, casi hiriente en su propia belleza. Produce Juan Rodríguez Berbín, de Seward, supervisor de discos de Kase O, La Mala Rodríguez, Nubla o Rosario “La Tremendita”, ganador de dos Latin Grammy y también, como Pol y Rita, forjado en esa inagotable cantera que es el Taller de Músics.
Batlle se expresa con la misma soltura en catalán, castellano e inglés. Se acerca a la copla junto a Sílvia Pérez Cruz en la autobiográfica “Circular”, que cuestiona la masculinidad más ortodoxa. Remite a Rodrigo Amarante en las preciosas “Mujer de Fuego” y “Tiempo”. Evoca a Sufjan Stevens en las delicadísimas “Lost and Happy” y “Salt Mortal”. Se pone en modo pop en las radiantes “Gloomy Planets” y “Weird Thing”. Y recuerda a Jorge Drexler o a Víctor Jara en “La manzana”, rescate de un clásico oculto del murciano Gabriel Hernández, de 1982. Lo registra todo con una naturalidad pasmosa y con la grandeza de quien no necesita mimbres muy llamativos para tejer un cesto imponente, con mucha más miga de la que sugiere esa cáustica cubierta ataviado de torero ante un enorme cirio. Lo suyo va muy en serio, que nadie se engañe.
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