"Invoke" llegó a ensombrecer maravillas como "O Corpo Sutil" o "Prize" porque vino precedido por la invitación de Arto Lindsay a abrir el Sónar de hace dos años, hecho que sobredimensionó su nombre a la altura de los otros artistas de quita-y-pon que el diseño mediático reinventa para la gente cool. Ahora que se ha pasado (sólo un poco) el empacho, Lindsay –siempre en su justa medida, sin las exageradas muestras sordas de elogio de la prensa “especializada”– vuelve a sorprender con "Salt", para nada un hermano menor del anterior disco.
La base de todo siguen siendo las deconstrucciones rítmicas, con frases quebradas del piano o de la guitarra, entremezcladas con aires cariocas ("Combustive", "Jardim Di Alma" o "Personagem" son tres ejemplos) y pop electrónico (como demuestra "Twins", o en la superposición de percusiones en "Salt"), relegando cada vez más el protagonismo a su voz de seda en detrimento de su particular dominio guitarrístico. La carrera de Arto está repleta de colaboraciones puntuales con popes de la talla de Frisell, Ribot, Veloso, Worrell, Byrne, Eno, Lurie, Monte, Herbert...
No oculta aquí tampoco esa facilidad para fagocitar influencias ajenas que le ha hecho famoso, desde el ruidismo a lo Zorn ("De Lama Lamina") a los sutiles arreglos experimentales de cuerda, tan sakamotrices ("Into Shade", "Make That Sound"). Mago de los matices y las filigranas compositivas, Lindsay no es un estrellón de masas, sino un visionario de la estética musical que convierte todo lo que toca en una joya en bruto, y precisamente se le debe adorar en el tiempo por el peso de sus razones.
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