Fasenuova tiene parte de culpa de que Discos Humeantes se haya convertido en la discográfica más excitante e imprevisible de nuestro país de un tiempo a esta parte -y ojo, porque lo nuevo de Pablo Und Destruktion, ya para el 2014, llegará también de su mano-. De alguna forma sello y dúo han crecido juntos lanzándose de la mano en pos de una profesionalización improbable, casi kamikaze, pero desde luego merecedora de aplauso. Ahí están, sello y banda, banda y sello, imaginando con optimismo un futuro en el que el mundo se deje seducir por sus imágenes de cielos de azufre y cristales de cobalto. El paisaje mierense elevado a la categoría de arte.
Como esas naves industriales en las que no cuesta trabajo imaginar los ensayos de Ernesto y Roberto, parece que Fasenuova siempre hubieran estado ahí. Lo han estado de hecho desde hace veinte años, pero nuestra tendencia natural a ignorar lo “feo”, lo “sucio” y descacharrado, hizo que durante mucho tiempo no reparáramos en ellos. No les importó, se enfundaron el mono de trabajo, mantuvieron su rutina diaria hasta que el paso del tiempo empezó a jugar a su favor: hoy, cuando en el subsuelo underground nacional brotan clones de Ian Curtis de tercera y bochornosos ejercicios de estilo afterpunk, sus “veinte años de esplendor” les sitúan definitivamente a años luz de propuestas más o menos afines.
Más allá del merecido premio a la constancia que supone el reconocimiento público a Fasenuova y sus directos con categoría de notables en festivales como Primavera Sound, LEV o Red Bull, sucede que los asturianos acaban de presentar su mejor disco y también el más accesible de su trayectoria. Dejando de lado el extremismo que mostraban en el reciente recopilatorio “A las puertas del ruido” (2012), aquí cristaliza la deriva iniciada en “A la quinta hoguera” (2011) en pos de la épica y un concepto articulado de canción. O dicho de otro modo, “Salsa de cuervo” es ese disco que, en un más difícil todavía, pondrá de acuerdo a bakalas, punks, gafapastas y nuevos románticos.
Inamovibles en cuanto a sus presupuestos estéticos -EBM, el punk electrónico de Suicide, la vocación arty y exploradora de Cabaret Voltaire- “Salsa de cuervo” desarrolla sus ideas en una colección de nueve temas siempre a punto de explotar, tocados por la extraña capacidad de Ernesto Avelino para pintar imágenes tan sugerentes como aparentemente incoherentes y que, por vez primera en su trayectoria, no sólo apelan al músculo sino también al corazón: no en vano “Agua helada” es una de las canciones más hermosas que nos dejará este 2013.
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