No hay aquí rastro de los Saint Etienne fabricantes de hits. Ni siquiera los han buscado. Ya sea porque no han querido o (quién sabe) porque no han podido, que es una duda que a mí a veces me salta en estos casos. De cualquier modo, la maniobra es consecuente, porque este decimosegundo álbum enlaza con un cariz conceptual que ya comenzó a avistarse en "Sound of Water" (2000) y se plasmó sin medias tintas en "Words and Music of Saint Etienne" (2012) y "I’ve Been Trying To Tell You" (2021). Si aquel nos hablaba sobre la infancia y la adolescencia y este lo hacía sobre el final de su juventud – el periodo comprendido entre 1997 y 2001 –, este nuevo lo podemos entender como una reflexión de mediana edad más que sobrepasada. Nada que ver, obviamente, con la banda capaz de generar recopilatorios tan formidables como "Smash The System: Singles and More" (2001) o "London Conversations: The Best of Saint Etienne" (2009). Este "The Night" (2024) es un trabajo crepuscular, intimista, alérgico a la combustión instantánea, compuesto para escuchar con auriculares a altas horas de la noche, tal y como ellos mismos avisan. Es muy bonito, aunque seguramente no indispensable en su canon, pero (sobre todo) es coherente porque ni la coartada conceptual ni la apelación a la nostalgia son precisamente nuevas en ellos: ¿hace falta recordar que estos expertos retrofuturistas, siempre trasteando alrededor de los estragos de la memoria (la individual y la colectiva), bautizaron su proyecto en honor a un equipo de fútbol cuya fugaz época de esplendor fueron los años setenta? Por algo Bob Stanley es también uno de los mejores cronistas históricos del pop (a ver quién iguala su fastuoso "Yeah! Yeah! Yeah!: La historia del pop moderno", libro publicado en castellano en 2015).
El escritor Benjamin Myers ha comparado este disco con otras “obras maestras del sonambulismo contemporáneo” como el "Chill Out" (1990) de The KLF o el "Spirit of Eden" (1988) de Talk Talk. Me suena un poco exagerado, aunque sí creo que es algo más que una pintona apelación al minimalismo de la escuela de Steve Reich o Phillip Glass o al ambient acuñado por Brian Eno, aplicados a un contexto pop. El compositor y productor Augustin Bousfield, quien ya produjo el anterior, vuelve a ser indispensable secuaz en este compendio de catorce composiciones en las que el sampler ya ni pincha ni corta: son todo grabaciones de ambiente, de trinos de pájaros, de agua brotando (metáfora de los ciclos de la vida y nuestra propia insignificancia: cuando nos vayamos el flujo ahí seguirá, aunque nunca vuelva a ser el mismo) y de secuencias en las que Sarah Cracknell a veces canta y a veces recita, como en esa “Settle In” que, en efecto, nos pone en situación bajo el parloteo de un pub concurrido mientras ella nos avisa de que se ve atrapada en la nostalgia de cuando tenía 20 o 21 años, con tanta “energía y confianza”. Hay cortes francamente preciosos, que podrían embellecer y elevar la cota emocional de cualquier escena de una película cualquiera, como “Half Light”, When You Were Young” o esa “Preflyte” con la que Cracknell reconoce haber llorado la primera vez que la cantó.
El disco requiere su tiempo, pero tiene algo que me seduce, y es su invocación a ese estado como de duermevela, cuando te estás quedan sopa antes de que sumergirte en el sueño profundo, que quienes tenemos un dormir frágil e intermitente – como es mi caso – encontramos tan atractivo para conocernos un poco mejor, a veces combinando sueño y realidad (me ha llegado a ocurrir cuando he mezclado una canción que estaba escuchando con otra que solo imaginaba en mi mente, o cuando me he visto mentalmente conversando con contertulios de un programa de radio que escuchaba antes de quedarme frito). Al fin y al cabo, esto apela a la memoria y al subconsciente. Y lo hace con inteligencia y la habitual clase.
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