No parece raro encontrar en los créditos de producción del cuarto álbum de Baby Dee a Matt Sweeney y a Bonnie ‘Prince’ Billy. La veterana artista se ha ido haciendo un hueco en la escena alternativa de la Costa Este americana a base de arpa o piano y de airear sus traumas en las letras de sus canciones. Ahora, en cambio, parece ya aburrida de ser sólo un transexual con un pasado freak y callejero. Quiere ir más allá. De ahí el tono folk experimental que muestra en los temas instrumentales, como el que cierra este disco.
La voz entrecortada, martilleada, de Baby Dee le proporciona tanta singularidad como a su amigo y antiguo jefe Antony (ella fue la arpista de los Johnsons). Quienes tiendan a verlo desde el prisma de Tom Waits encontrarán en este disco excusas para, seguidamente, pinchar “Frank’s Wild Years” de un tirón. Cabaret, pianos inundando una sala oscura llena de humo y perdedores, transformismo tamizado por la estética de la fealdad y una botella de whisky. Es cuanto necesitas imaginar para situar lo que algún día fue Baby Dee. Porque, desde luego, ahora ya actúa en todo tipo de teatros y salas donde está prohibido fumar, a precios no aptos para perdedores, más bien para un público muy al día de las últimas tendencias estéticas y bebedores de Shapire.
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