Definir a Ryan Bingham como un músico típicamente americano no es algo que persiga expresar ningún afán peyorativo, tampoco, en esta ocasión, se trasluce en una condición limitadora en cuanto al hecho creativo. Fiel conocedor -y la mayoría de las veces ejecutor- de esos sonidos clásicos, sin embargo siempre ha sabido alternar y variar su enfoque y sobre todo plagarlos de una intimidad y carga emocional torrencial. Unas premisas que como demuestra el título de su nuevo disco, “American Love Song”, siguen igualmente vigentes y patentes. Tras cuatro años de silencio discográfico, desde su anterior “Fear And Saturday Night”, el estadounidense vuelve a desatar su faceta rockera y el método introspectivo como generador compositivo.
Como cualquier canción de amor que se precie, en ella suele haber cabida para la insatisfacción, la tristeza o la derrota. En ésta, que no supone una excepción, se parte del autoanálisis y la mirada propia para expandirse hasta una reflexión universal, marcando así un recorrido donde lo individual y lo global se citan. Una superposición de planos que al margen de dibujar un rico engranaje lírico, tendrá su analogía en la parte musical, que si bien surge de esa concepción rasgada y visceral, se apoya en una sustanciosa producción que la eleva hasta cotas de una mayor complejidad que esquiva cualquier tipo de exageración. Una labor en la que interviene Charlie Sexton, acompañanante fiel de Bob Dylan, quien se hace además con el control de algunas guitarras, otro ingrediente primordial en el formato de estas composiciones. Si sumamos a estas variables la manera de interpretar del propio Bingham, siempre desgarrada como reflejo de las tormentas que afligen su alma, el resultado en un sonido orgánico y descarnado pero caudaloso.
Hay en la construcción del eje sonoro que sostiene este trabajo una referencia ineludible, y que por momentos se diría hegemónica, y es la del concepto musical que abanderan bandas como The Rolling Stones y/o Faces. Una mención que podría intuirse exclusivista pero que gracias a la diversidad -sobre todo en los primeros- de su repertorio, no es así. Por eso el boogie borracho de groove “negroide” de “Jingle and Go” ya nos pone en la pista de “Sus Satánicas Majestades”, espejo que con más o menos claridad seguirá lanzando su reflejo en el arrebatador blues aglutinador de tradición y presente que es “Hot House”. El rock and roll que maneja “Pontiac” encuentra su punto distintivo en el recargamiento formal con el que se cubre y principalmente el aire folk sobre el que se estructura. Mucho más pétreo y pegadizo se yergue “Nothin’ Holds Me Down”, hiperelectrificada transfusión del ADN de los ZZ Top.
Si nos remontamos de nuevo al título del trabajo, parece lógico deducir que una canción de amor debe tener su espacio claramente acotado para la sensibilidad y la emotividad, contexto del que este álbum está especialmente bien surtido, en cantidad y calidad, siendo incluso las piezas más reposadas algunas de las más destacables. Entre todas ellas hay que nombrar al exuberante y fornido medio tiempo de una politizada “Situation Station”. Una fuerza que se hace extensible a las trazas de “Blues Lady”, una balada rockera por excelencia. Mucho más desnudos se presentan temas como la dramática “Wolves”, la más recitativa “Beautiful and Kind” o la deslumbrante “Lover Girl”, con esa bella nostalgia tan asociada a Rod Stewart.
Ryan Bingham nunca ha rehuido la opción de volcar su vida en la música, convirtiendo ésta en la banda sonora de sus diferentes climas emocionales y sus consiguientes reflexiones. Una actitud que pese a las lógicas irregularidades que puede conllevar, impone a su propuesta una humanidad que cuando conecta con un entorno musical atinado, y en este sexto disco lo hace y con amplitud, es capaz de exponerse con la cruda intensidad del que sabe tener la verdad de su lado.
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