Hay veces en las que es casi mejor no escapar a la retranca postmoderna ni a esa ironía que descontextualiza cualquier hallazgo del pasado, porque si nos ponemos serios y trascendentes, la cosa puede ponerse mucho más fea. Nick Murphy ya no quiere ser Chet Faker, tan solo Nick Murphy. Y el primer álbum a su nombre, que se pretende de auto conocimiento tras darse unas cuantas vueltas por el mundo (Tokio, Nueva Zelanda, Nueva York) y leerse las teorías de Joseph Campbell sobre el rol del artista como chamán en la sociedad, supone –digámoslo ya– una considerable bajona respecta a todo lo (bueno) que había despachado hasta el momento. Plasmó luego el resultado final en Brooklyn, junto a una orquesta de más de quince músicos, redondeándolo todo en producción compartida junto a su colega Dave Harrington (compañero de Nicolas Jaar en Darkside), y lo cierto es que –disculpen el chiste malo, pero su periplo por diferentes países, grabadora en mano, lo ponía a huevo– para este viaje no hacían falta tantas alforjas.
Mucho más orgánico que electrónico, más tradicional que digital, y mucho más cerca de un soul de baja intensidad que del jazz que aromatizaba su credo, “Run Fast Sleep Naked” es un álbum que discurre relativamente bien en su primera mitad, con el grandilocuente final de “Hear It Now” (con pespuntes, esta vez sí, en una onda free jazz), el r'n'b desenvuelto de “Sanity”, el tajo electrónico que cercena “Some People” y le da su punto diferencial, las guitarras a lo “Scary Monsters” de “Yeah I Care” y la efervescencia de “Harry Takes Drugs On The Weekend”, lo mejor del disco: sintomático es que lo más estimulante se corresponda precisamente con su título de connotación más liviana. Porque a partir de ahí, el álbum se vuelve un peñazo. Con “Never No”, “Dangerous”, “Cigarettes And Chocolate” o “Message You At Midnight” compitiendo por ver cuál es la más intensita, cuál ahonda más en esa épica de tres al cuarto que tan bien va a lucir –sin duda– en los puestos nobles de cualquier gran festival, cuál se despeña con mayor ligereza por la pendiente de lo irrelevante y acaba, rodando rodando, mucho más cerca de Shawn Mendes que de James Blake. Si esto era su madurez, bien podría haberse aferrado al complejo de Peter Pan. En fin, nada que no hayamos visto ya en otras ocasiones (recuerden el trayecto de Twin Shadow o The Weeknd), aunque en esta ocasión la deriva, con un trabajo que carece por completo del excitante cosquilleo de sus anteriores precedentes, sea especialmente desalentadora.
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