A lo largo de la última década hemos asistido en directo y a tiempo real a la consolidación del vínculo que hermana y homologa a los británicos Mike Kerr y Ben Tatcher como una de las duplas más sólidas y firmes del rock alternativo actual. Si dejamos a un lado ciertos episodios de arrogancia en vivo que terminaron volviéndose virales con la celeridad de la pólvora (“Who likes rock music? Nine people. Brilliant.”, mencionaba Kerr bajo la comedida acogida de su concierto en el Radio 1 Big Weekend), el retorno de Royal Blood con “Back to the Water Below” (Warner, 23) nos demuestra ser un firme reflejo de esa sincronía, comunión y entendimiento que sus miembros se profesan, echando mano de una carga emotiva expuesta en su fugaz media hora que va más allá de la simple y explosiva sucesión de melocotonazos enérgicos y feroces.
Un 'back to basics' muy personal y enraizado, con una producción en la que se ha prescindido de grandes nombres entre sus créditos en favor de una auto-gestión llevada a cabo desde su estudio en Brighton. Ocasión que les ha permitido, no solo erigir un sonido sin pretensiones y con cuatro recursos contados, sino también ser más honestos que nunca el uno con el otro. Porque si algo posee este “Back to the Water Below” que no se nos haya dado ya en cualquier otro de sus tres anteriores discos es una notable dosis de verdad y humanismo.
El pasado 2019 supuso un punto de no retorno para Kerr, quien anunció a bombo y platillo el comienzo de su sobriedad, y de algún modo (desde el título del propio disco, hasta la madurez expresa en sus nuevas letras) éste parece estar lanzándonos ciertos guiños a ese lugar angustioso y tentador que habita en la mente de cualquiera que decide enfrentarse a un acto de resistencia y perseverancia tan loable como el citado (“Pining for pretty potions, down those holes you dug”, canta en el arranque de “Mountains At Midnight”, en lo que bien podría ser un maravilloso símil sobre su personal lucha). Con premura y sin achantes, el dúo exprime hasta la última gota su personal expiación a través de pistas cargadas de sentimiento en las que encuentran en la devastación y la catarsis la mejor forma de no quedarse nada dentro (“Don't mind the bruises”, ruge Kerr entre riffs pesados de guitarra en “Shiner in the Dark”).
Esta aguerrida visión de juego, declarada por el dúo en su discurso, también irá de la mano de unos puntuales y respetables conatos de experimentalismo, prestos a romper con el sambenito limitado y formulable de su sonido. Algo que comenzaron a realizar sin tapujos en “Typhoons” (21) con su respectiva apertura hacia arreglos más electrónicos y que ahora continúan de la mano de una propuesta expansiva en sus miras en la que tan pronto vemos Kerr y Tatcher jugueteando con la psicodelia más árida (“Pull Me Through”) como con el setenterismo más mccartniano (“There Goes My Cool”). Sin duda, un arrojo por su parte que nos demuestra que Royal Blood son algo más que una simple banda más de rock contundente y pasado de frenada.
Aunque en esta ocasión sus hits de inmediata pegada escaseen más que en anteriores entregas, de alguna forma el talento de Kerr y Tatcher está ahí, patente en cada uno de esos efectivos relámpagos que se nos son lanzados a la cara con la sapiencia de tenernos en el bote desde su primer redoble. Una redención de lo más adecuada ante cualquier atisbo de cancelación mediática que nos recuerda el nada desdeñable potencial de esta banda.
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