En la era del streaming parecía imposible conectar lo artístico con lo comercial. Hacer un trabajo lleno de pelotazos y a la vez con mensaje, hilado. Un disco, al uso, vamos. Hasta que llegó "Vibras" (Universal, 18) de J. Balvin, del que Rosalía también participa en la preciosa "Brillo" y que ha redefinido el juego del pop global. Es un largo de reggaetón que se puede bailar pero también escuchar de principio a fin, gracias a la fórmula de los interludios (engranajes musicales que tiran incluso del ambient). Ya se conocían algunos temazos –"Mi gente" tenía ya millones de escuchas en Youtube– pero que luego, empaquetadito, se disfruta diferente (a lo "Rayuela", como describe con tino la propia Rosalía), o incluso más.
Algo parecido pasa con "El mal querer", que mezcla canciones instantáneas (¿quién no se ha dejado atrapar por "Malamente" estos últimos meses?) con pasajes de flamenco más experimental, bastardo y de digestión lenta. Para armar el disco, Rosalía ha contado con el acompañamiento –así lo cita ella misma– de El Guincho, otro amante de la vanguardia que ha dejado que la voz de la catalana se abriera paso sin corsés. Sin frenos, sin resolver él los atolladeros (que los ha habido). Ambos tenían una premisa clara: querían darle la vuelta al flamenco, no hacer un largo de género, pero a la vez respetar las raíces musicales de la catalana.
El resultado es una mezcla de futuro: palos alucinados, más arriesgados, comidos de samplers, electrónica downtempo... En esencia, pop sin prejuicios. Al final, el oyente se quedará con lo que más le guste de "El mal querer". A las cebollas se les quitan las capas que uno quiere.
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