El segundo disco de The Strokes deja, ¡por fin!, las cosas en su debido sitio. Ni eran tan superlativamente buenos como para acaparar la exagerada atención de todo el mundo y convertirse junto con The White Stripes en abanderados de nada; ni tan rematadamente malos como las maliciosas envidias han dado a entender, en sobados comentarios sobre la autenticidad y lo integro.
El segundo disco de The Strokes deja, ¡por fin!, las cosas en su debido sitio. Ni eran tan superlativamente buenos como para acaparar la exagerada atención de todo el mundo y convertirse junto con The White Stripes en abanderados de nada; ni tan rematadamente malos como las maliciosas envidias han dado a entender, en sobados comentarios sobre la autenticidad y lo integro. Paparruchas. The Strokes eran y son una muy buena banda de la gran manzana, fiel a su lugar de procedencia. Lo eran en “Is This It” y lo siguen siendo en “Room On Fire”, pero (y aquí reside lo más interesante del disco) con nuevos matices. Por lo pronto el álbum pierde la inmediatez de su predecesor. Se esfumó esa capacidad para facturar melodías de franco tarareo bajo la ducha. Hay melodías, buenas melodías, pero no tienen esa inmediatez y andan más castigadas por una pedalera de amplia reminiscencia nueva olera. Una reminiscencia que evoca nuevos nombres en el imaginario de las influencias, pero, si obviamos ese pasado deudor y situamos la obra en un presente que los ha encumbrado a golpe de marketing, podemos afirmar que con discos como éste pueden seguir reinando sin esfuerzo ni balón de oxigeno que valga. Un álbum que se deja querer y mucho, pero sin prejuicios, oiga.
Haaahahh. I'm not too bright today. Great post!