No encaja. Ni en la gran ciudad, ni en la industria musical ni quizá tampoco en este mundo. Ya lo dice en la letra de una canción de título tan explícito como “Outdated and Antiquated”: “I don’t fit in”. Seguramente por eso Ron Sexsmith hizo caso a su señora esposa y abandonó la populosa, efervescente y cosmopolita –pero no muy acogedora– Toronto en 2018, tras escribir su primera novela ("Deer Life", 2017), para enfilar dirección al sur sin salir de Ontario y acabar viviendo en una casa en el campo, muy cerquita de Stratford, pueblo de resonancia británica (nombre shakesperariano: otro desajuste, otra anomalía, otra peculiaridad) de solo 31.000 habitantes: algo así como Manises, Carballo o Valdepeñas, vaya.
Lo del sesgo británico tiene su lógica, en cualquier caso, si tenemos en cuenta que el canadiense sigue siendo el más ilustre epígono de McCartney o Costello. Solo que aquí suena más bucólico y esencialista de lo que posiblemente lo haya hecho en toda una carrera que bien podría haberle reportado el aura de un Neil Finn (Crowded House), o ya puestos, el de un Josh Ritter, que le quedaría más a mano. El mundo no es justo. Pero eso ya lo sabemos.
Compositor sobresaliente, dotado de una desarmante pericia para trazar melodías rebosantes de ternura, aquí se escora al vodevil a lo Kinks (“A Barn Conversion”), a la delicadeza en forma de balada (“When Our Love Was New”), al pop radiante (“Diamond Wave”) e incluso a un soul de baja intensidad en el que cada vez se sumerge con menos frecuencia (“This, That and The Other Thing”) en un decimoséptimo álbum –de nuevo producido por Brad Jones, prácticamente un alma gemela – que no es "Cobblestone Runway" (2002), "Retriever" (2004) ni tampoco "Long Player Late Bloomer" (2011), pero en su propia conciencia de tampoco necesitarlo (ni desde luego buscarlo) tiene su mejor activo.
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