Endless Rooms

Escuchando el nuevo disco de los australianos Rolling Blackouts C.F. pensaba qué habría sido de nuestra vida sin los discos de The Smiths, The Go-Betweens o Pavement, por poner tres ilustres ejemplos. No cabe duda de que para muchos el mundo habría sido un lugar mucho más inhóspito y aburrido; lo que pone de manifiesto la eficacia única de la canción pop como artefacto imperecedero que encapsula y transmite sentimientos e ideas. No hay nada como una canción pop imaginativa y bien construida. El soberbio nuevo disco del quinteto prueba que, pese a todos los vaivenes, las modas y los profetas que llevan años hablando de su ocaso, el pop de guitarras es una tradición viva que se puede dignificar en su máxima expresión. Sólo falta que se dé lo más raro: la excelencia.

En lugar de venirse abajo ante la imposibilidad de girar su segundo disco, el quinteto se encerró a sacar ideas individuales que cristalizaron en cuanto pudieron juntarse. Es evidente que son una de esas bandas cuya alquimia produce oro. El resultado son doce canciones con robustas bases rítmicas e intrincadas frases y arpegios de guitarra en las que no sólo se muestran como consumados artesanos de melodías y generosas estructuras de pop de guitarras atemporal, sino que se atreven a ampliar su rango con elegantes toques de vanguardia.

Los de Melbourne parecen haberse estudiado la rica historia del pop alternativo de su país –de The Church a los ubicuos The Go-Betweens o incluso los Midnight Oil clásicos–, pero trascienden el mimetismo. Utilizan secuencias de acordes y estribillos que, por alguna razón misteriosa, remiten a las fuerzas telúricas de su tradición musical en canciones magníficas como la psicodélica “Tidal River”, la ácida “The Way It Shatters”, la tierna “Caught Low” o el single perfecto “My Echo”. Cuando uno piensa que está oyendo “sólo” un disco espléndido, la vibrante “Blue Eye Lake” y el cierre majestuoso de “Bounce Of The Bottom” completan lo que será, a mi juicio, uno de los álbumes del año.