Ha tenido que ser en el cuarto álbum cuando Roldán han explotado todo su potencial. Pocos llegan a conseguir algo así, pero el trío madrileño lo ha logrado por medio de una síntesis brillante de sus códigos estilísticos, aquí filtrados desde la conjunción emocional de imaginar una arcadia onírica donde la soledad de Akira se ve invadida por la selva agresiva de “Aguirre, la cólera de Dios”. Es precisamente el espíritu de esta última lo que planea a lo largo de ocho minutos con imperceptibles cambios estilísticos como los fraguados en “León”. Entre esta pieza y “Poderes”, escalón final de esta escalera de caracol, suman más de la mitad del metraje de tan hipnótica película para los oídos.
Ya sea desde la confesión o el surrealismo exacerbado, los siete eslabones aquí engarzados fluyen a través de un sentido poder de saudade norteña. El expresionismo habitual de la banda se aposenta bajo efluvios de bossa nova y tropicalia kraut de poso aéreo. El tono neutro de Juan Carlos Roldán describe cuadros pintados desde un complejo esqueleto percutivo minimalista. Todo el entramado instrumental armado desde las baquetas resplandece entre acordes diluidos en exotismo frugal y viñetas como “Sucesos”, donde el retrato alude a un limbo vital desapegado de amarrajes anclados en el tiempo-espacio.
El vuelo libre de cortes como “La potencia” o “Cabalga” refrendan las hechuras cuasi místicas de un artefacto urdido desde una conciencia pop transoceánica y una certeza mayor: haber encontrado un eje de rotación donde melodía y percusiones se besan con suavidad entre brisas almidonadas de una isla discográfica que, en realidad, debería haberse titulado “Sus poderes”.
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