Vaya por delante que, como ocurriera el pasado año con “Hairless Toys”, este nuevo trabajo vuelve a poner de manifiesto que la ex Moloko anda disgustada con la idiosincrasia del pop. Es más, ambos trabajos se grabaron en un total de cinco semanas junto a su fiel productor Eddie Stevens y, aunque se han editado por separado, el uno complementa al otro. Lejos quedaron aquellos tiempos en los que enarbolaba la bandera del petardeo hedonista en “Overpowered” o se dejaba aconsejar por Matthew Herbert para dejarse querer por el jazz.
Como si de un Frankestein sonoro se tratara, aquí lo que hay es música disco deformada (“Mastermind”), números cabareteros de un club decadente (“Pretty Gardens”) y hasta una bossa que radia fragilidad por todos sus poros (“Lip Service”). En términos de producción resulta exquisito adentrarse en todos sus matices pero, como ocurría en su anterior largo, las canciones memorables de Róisín Murphy brillan por su ausencia a excepción de “Ten Miles High”.
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