Más preocupado por su arte que por su parte, tan solo pendiente de las musas y no de los dividendos del mercadeo de tendencias, el músico brasileño Rodrigo Amarante se toma con mucha calma su trayecto en solitario: este "Drama" llega ocho años después del excepcional "Cavalo" (Som Livre, 2013), pero bienvenida sea la espera cuando sirve para madurar un trabajo que reescribe sobre aquellos logros de forma sobresaliente. La música de quien fuera miembro de Los Hermanos, la Orquestra Imperial, la banda de Devendra Banhart o los Little Joy (junto a Fab Moretti, de los Strokes), gestada desde su atalaya en Los Ángeles, evoca otra era y otro lugar. Transmite la magia escurridiza de esos sonidos que no encajan en cuadrículas espaciales ni temporales. Una bellísima melancolía que emana de su condición de consumado artesano de la canción e incluso maestro de la propia vida. Y una delicadeza que tiene mucho que ver, tal y como nos confesó hace unos días, con desprenderse de unos cuantos prejuicios (inconscientes) asociados a la masculinidad. Es el drama como teatro de nuestras vulnerabilidades. La escenificación de nuestra imperfecta esencia. Sin máscaras. Sin coartadas.
Pero ojo, porque "Drama" no es un drama. Es un dramón. No en el sentido tremendista, sino en el de obra mayúscula. Por acotarse entre un inicio (los aires de desconcertante y espectral banda sonora perdida en el arcón de los tiempos del tema titular, entre sonoras risotadas que trastocan la percepción del oyente) y un final (la impresionante letanía al piano que es “The End”) formidables, y por todo lo que esconde entre ambos: ya sea el tropicalismo sui generis de “Maré”, el plácido arrullo folk de “Tango”, la cadencia de bossa nova de “Tara”, el sosiego de soul ascético en “Tao”, la saudade infinita de “I Can’t Wait” o el troquelado herrumbroso con molde norteamericano pero con giro afrobrasileño de “Sky Beneath”, que suena como si Tom Waits se plegara a la dulzura de Caetano Veloso.
Pero por encima de consideraciones estilísticas impera su sello. El amarantismo. Puro y duro. La vaporosa pátina que hermana un cancionero que parece que provenga de otra dimensión. El know how que idea texturas y soluciones que lo emparentan con la producción del último Devendra, que por algo Dios los cría y ellos se juntan. El mismo que eleva estos once cortes, que deberían seducir a los 120 millones de personas que alguna vez pulsaron play en Spotify en la casilla de “Tuyo”, su canción para la serie "Narcos" (2015), a la condición de imprescindibles.
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