Hay personas que llevan la música en la sangre y, contra viento y marea, no hay quien la pare. Cuentan que Robert Finley (Bernice, Louisiana), cuando tenía 11 años, su padre le dio algo de dinero para que se comprara unos zapatos nuevos, pero el pequeño Robert caminó hasta la ciudad y se lo gastó todo en una guitarra. Regresó a casa con sus zapatos viejos y rotos, pero con la música marcándole para siempre el horizonte.
Se alistó en el ejército a los 17 años y, aunque originalmente lo enviaron a Alemania como técnico de helicópteros, una vez allí, descubrió que la banda del ejército necesitaba un guitarrista y director. Se hizo cargo de ello y viajaron por toda Europa hasta que fue dado de baja.
Volvió a casa e intentó seguir su carrera musical, pero se encontró las puertas cerradas. Sin trabajo y con los sueños rotos, estudió carpintería, oficio del que tenía nociones por su padre, y así es como se ganó la vida hasta hace poco, intercalando actuaciones con su banda de gospel por las calles de Louisiana, Brother Finley and the Gospel Sisters.
Al tiempo, debido a un glaucoma, fue considerado legalmente ciego y obligado a dejar la carpintería. En 2015, la organización sin fines de lucro que apoya a músicos de blues mayores, Music Maker Relief Foundation, descubrió a Finley tocando en una calle de Arkansas. La organización le ayudó a regresar a la escena y comenzó a compartir escenarios con otros bluesman olvidados como Robert Lee Coleman y Alabama Slim, entre otros.
En 2016 la música empezó a devolverle lo que le debía, lanzó "Age Don’t Mean a Thing" y, en 2017, con apoyo de un Dan Auerbach que vio claramente el talentoso diamante, grabó "Goin’ Platinum!" y giró por medio mundo (tuve la suerte de verlo en esa gira), resituándose en el mapa y saboreando por fin (con más de 60 años) los primeros éxitos de su carrera.
Robert Finley está de vuelta y hace tándem de nuevo con el líder de The Black Keys, firmando para su sello Easy Eye Sound este espléndido "Sharecropper's Son", su trabajo más sincero y brillante hasta la fecha. Diez canciones autobiográficas empapadas de lucha, verdad, pasión y superación. Latido blues, rebosante espíritu gospel y soul sureño por cada poro de su piel. De la infancia perdida trabajando en cosechas de Louisiana junto a su familia, como reza y aúlla en la titular "Sharecropper's Son", versos de un “hijo de aparcero” cargados de sudor y una vida repleta de limitaciones a pleno sol (“No hay tiempo para la educación / demasiado maíz en el campo”), a esos recuerdos que saca a relucir con otra de sus indiscutibles armas en “Country Boy”, su magnético y genuino falsete (“Cada vez que veo un campo de algodón, pienso en tirar ese saco”).
El gospel que le corre por las venas rezuma autenticidad y desgarro en el sanador himno espiritual de cierre, “All My Hope”, y el soul más pasional, omnipresente en cada surco, se desborda desde el hit inicial “Souled Out on You”, pasando por la resplandeciente “Starting to See” o la adictiva “Make Me Feel Alright”, con unos coros y swing stoniano que reventará más de un termómetro en directo. Todo con ADN Black Keys, añejo y luminoso en lo instrumental, con Auerbach haciendo magia en la producción, pero dejando a Finley volar libre a sus anchas, protagonista total de unos de los mejores discos de raíces del año.
De Booker T. & The M.G.s, a Wilson Picke, James Brown o B. B. King... podría haber salido de gira con ellos o ellos con Robert Finley.
Hay tiempo para enamorarnos y sentir su pena a fuego lento en “I Can Feel Your Pain”, o marcarse un blues con latido pantanoso y combinarlo con aires sureños, esos que le salen de su alma gospel con la misma naturalidad que respira en “Better Than I Treat Myself”, festín de vientos incluidos al más puro estilo Stax de antaño, aroma mágico que impregna, de principio a fin, estas imprescindibles historias de dolores y alegrías de "Sharecropper's Son".
Larga vida a Robert Fienly y gracias infinitas a Music Maker Relief Foundation (ojalá hiciéramos algo parecido por estos lares en relación con el flamenco y sus mayores, por ejemplo) y a Dan Auerbach, por defender e impulsar la memoria de la música y tradición más auténtica.
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