Rob Zombie encuentra un hueco dentro de su carrera como director (uno de los más exitosos del actual cine de terror) para retomar su faceta musical. Un nuevo disco que llega un lustro después del anterior (“The Electric Warlock Acid Witch Satanic Orgy Celebration Dispenser”, 16) y que, una vez más, muestra la personalidad excesiva del artista. Su incontinencia nos trae un total de diecisiete canciones –eso sí, varias de ellas breves interludios– que se extienden hasta los cuarenta y dos minutos en total en las que encontraremos de todo.
En esta ocasión, manteniendo sus señas habituales de identidad, Zombie nos ofrece temas metaleros de riffs gordos y distorsionados con los que agitar la melena al viento y que nos recordarán a su etapa al frente de White Zombie como “The Triumph Of King Freak (A Crypt Of Preservation And Superstition)” o “The Ballad Of Sleazy Rider”, pero también muestras de su rock industrial domado en el que hay lugar para sampleados, electrónica, scratches y ritmos bailables como “Shadow Of The Cemetery Man” o incluso “The Eternal Struggles Of The Howling Man”. A eso podemos sumarle devaneos con estilos a los que no nos tiene tan acostumbrados como esa pieza de hillbilly acelerado y metalizado que es “18th Century Cannibals, Excitable Morlocks And A One-Way Ticket On The Ghost Train”. Por el camino nos va dejando esos interludios de los que hablábamos antes, piezas menores de apenas un minuto de duración, pero entre los que también podemos encontrarnos con interesantes cortes instrumentales como la acústica “The Much Talked Of Metamorphosis”.
El resultado es un nuevo viaje experimental en el que, una vez más, Rob Zombie despacha sin filtros su universo personal, plagado de las criaturas que solemos ver en sus películas (brujas, Morlocks –la grotesca raza que dominaba el futuro distópico en “La máquina del tiempo”– y demás) y en el que hasta se permite su particular homenaje al Drácula negro, Blacula, en “The Satanic Rites Of Blacula”.
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