Escucho una y otra vez el disco de Rita Payés y la sensación perdura en mi interior. Es algo extraña y, en cierta medida, me cuesta expresarla porque no quiero que sea mal interpretada cuando la verbalice, pero la voy a soltar. El disco de Rita me gusta, aunque podría haberme gustado más. Mucho más. Y tengo la certeza de que la artista de Vilasar de Mar no ha sabido focalizar ese innegable talento que atesora, y eso ha propiciado una dispersión tan bestia que le juega en contra. No suma. Por eso me cuesta disfrutar este “De camino al camino” como una obra unitaria a la par que rotunda. Es como el agua de la fuente que se escurre entre tus dedos. La esperas con deleite, pero la cantidad que llega a tu boca no alcanza para saciar la sed.
Se me antoja por tanto que este “De camino al camino” es un disco de una artista que atesora muchas cualidades a su favor - gran instrumentista, una voz que parece de otro tiempo y un vasto conocimiento de la estructura, serían algunas de ellas- pero que le ha faltado una de las más importantes: olvidarse de todo lo aprendido, desestructurarse y desprenderse de esos tics academicistas que le juegan en contra. Un ejemplo claro seria por ejemplo el pasaje jazzístico de “Se transformará”. Tema de siete minutos que puede llegar a producir cierto sarpullido porque resulta innecesario para el conjunto de la obra y porque hay cosas que, pese a ser influencia y un terreno en el que te mueves cómoda, mejor dejarlas para otros menesteres. Son filigranas innecesarias de un barroquismo muy poco contemporáneo.
Haría bien Rita Payés en fijarse más y mejor en la pionera de todo esto, una admirada Silvia Pérez Cruz cuyo último disco “Toda la vida, un día” no está exento de dificultades y dista mucho de ser un disco de escucha fácil, pero todo en él tiene un porqué. Las diferentes partes de las que se compone reman en una misma dirección, aunque para ello haya tenido que simplificar y pulir sin que le temblara el pulso compositivo. Todo lo contrario de lo que sucede con este “De camino al camino” que se pierde por el camino (espero se me perdone el chiste fácil). Y lo hace porque por momentos parece que pesen más las ganas de demostrar que las de enamorar. Es una lástima y máxime cuando el álbum empieza de forma inmejorable con “El cervatillo”. Tema en el que sí aparece la Rita Payés que, sin renunciar a las estructuras clásicas, subyuga la canción a la historia y no a la inversa. Vuelve a lograrlo en “Benvingudes”, “Nana per les Mames” y, sobre todo, en “El panadero” con lo que queda claro que el disco tiene sus bazas y el universo de la catalana, por personal y único, debe ser disfrutado. Nadie ha dicho lo contrario. Solo que se me antoja un disco de una artista a la que le queda mucho camino por andar y esta no va a ser su mejor obra. Algo que no tiene porqué ser malo, sino todo lo contrario.
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