Riot!

Sin duda uno de los discos de la pasada temporada en el ámbito comercial de los Estados Unidos, el segundo largo de Paramore es un compendio de lo que hay que hacer para encaramarse a las listas y las camisetas de los institutos de ese país tan peculiar. Hayley Williams es una suerte de Avril Lavigne sin la pose burtoniana de aquella y con más registros vocales que la canadiense, y su voz y sus giros son los que cimentan unos estribillos que juegan sin tapujos entre el pop y el punk más verdirrosa, entre la madurez y un orgullo a lo Peter Pan que tampoco lo es tanto si atendemos a la edad de sus miembros. Un album con once singles de once es algo con lo que soñaría cualquier compañía, en la suya deben saberlo y juegan muy bien su baza (la producción es obviamente la nítida y pulcra de rigor), pero lo más importante es que parece que los chicos de Paramore siguen aun ajenos al potencial efecto devastador de tamaño dulce que, cual Willy Wonka con flequillo imposible y chapas, se han sacado de la manga en estos tiempos de glotonería y bulimia cultural.