El jovencísimo Konstatin Gropper nos invita, desde su Alemania natal, a prescindir de las servidumbres de la vida moderna, relajarnos y tomar aire (y a fe que hay que hacerlo) para disfrutar de su álbum de debut, un efectista artefacto montado sobre la hibridación de algunos de los estilos que han ayudado a delimitar el curso del rock de cariz independiente en las últimas temporadas.
Él solito se encarga de componer y reproducir en el estudio la ampulosidad de una propuesta que, en directo, incorpora trompetas, violines, acordeones, xilófonos y demás fanfarria grandilocuente. Todo para recrear el pop épico sin cortapisas a lo Arcade Fire (“Prelude” o “I Sold My Hands For Food So Please Feed Me”), el bullicioso folk rock orientalista de Beirut (“You/Aurora/You/Seaside”), un pop confesional emparentado con los Arab Strap más taciturnos (“Help To Prevent Forest Fires” es de lo mejor del lote) y, sobre todo, un calco de la sobreexplotada congoja existencial de Thom Yorke y los suyos (“People Magazine Front Cover” y “We Are Safe Inside…”) y hasta un marciana toma casi en clave lo fi de Underworld (“Born Slippy Nux”). Hay pericia para recrear, con ambición, ambivalencia y competente ornamentación, un manual pop tan abigarrado y barroco como excesivo. Porque ¿para qué se empeña en decir en sesenta minutos lo que se puede transmitir con menos de cuarenta?
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