La familiaridad dispersa la atención. Hasta la persona más interesante del mundo puede llegar a convertirse en ruido de fondo y no ser capaz, por su propia tendencia a ser ella misma, de atraer como lo hacía hace... ufff, ¡es que hace ya doce años! Luna fueron la maldita “Ciudad de Cristal” del pop, enigmática, adictiva, nada obvia y excitante, y acabaron convertidos en el pronóstico del tiempo. Bueno, tal vez no tanto, pero, desde luego, Luna no son precisamente Paul Auster, en este otoño de 2004. Por eso han decidido, sabiamente, tomar el camino del cementerio de elefantes indies, un camino al que Dean Wareham vuelve en mejores términos que cuando lo recorriese anteriormente con Galaxie 500. Un adiós que, no obstante, nos hará llorar. Porque eso es lo que se hace con las cosas familiares que uno sabe que va a perder en cuestión de días: llorarlas. Así que, mierda, echémosle la culpa a la familiaridad de todo esto, de que “Rendezvous” parezca una foto del Meteosat calcada a la de la semana pasada, pero también de que Luna nos traspase de tristeza y amargura. Al fin y al cabo, una pérdida es una pérdida, y ni “Rendezvous” es un álbum remotamente patético, ni Luna son algo cuya desaparición pueda provocar indiferencia.
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