Cuando un grupo toma las dimensiones de popularidad que tienen los Red Hot Chili Peppers, cualquier análisis sobre su obra se vuelve difuso. Es que la música que se convierte en “propiedad” del público, de los fans de todo el mundo está sujeta a millones de percepciones distintas y funciona como tal: un disparador de ideas y sentimientos completamente permeable a cada ápice de la condición desde la que sea observado. Esto no quita que no haya tela que cortar a la hora de hablar de este “Unlimited Love”, que corporiza la vuelta de la legendaria banda al estudio pero, más importante aún, el hecho de que este comeback incluya a John Frusciante, eximio músico solista y sin dudas el guitarrista más importante de la historia del cuarteto.
Hace unos meses la banda comenzó a adelantar canciones del disco de una manera extraña. A priori ni “Black Summer” (aproximación tímida al imaginario Chili Pepper), ni “Poster Child” (casi una simpática jam session sin concluir), ni “Not The One” (bonita balada de aires clásicos) hacían prever un milagro en el campo chilipepperiano que los aleje de los discos poco atractivos que venían lanzando. No había atisbos de una vuelta a las raíces brillantes de la etapa 1987-1995, menos todavía de algún vuelco revolucionario que trajera el tipo de emoción en plan estreno de “Warped”, el rompedor adelanto de “One Hot Minute” (1995).Esta falta de certeza de estar ante un trabajo interesante no sorprendía a nadie y las malas noticias esperables al final del día parecían menos malas, ¿no? Pero lo que sí resurgía –como no podía ser de otra manera y sobre todo en cierto nervio dramático de “Black Summer” y en la chulería cómplice de “Poster Child”– era el sonido Frusciante, tan justo y necesario para la banda como para el patrimonio cultural de California. Total que hasta hoy el bocadillo previo de “Unlimited Love” era totalmente limited, pero ahora con el disco en play, las cosas toman otro color.Las intenciones comienzan a definirse y la incredulidad tiende a sentirse un pelín incómoda.
Digo esto porque, volviendo al análisis que da apertura a este texto, es complicado poner en valor esta obra comparándola con otras ¿Pierde ante la genialidad extraterrestre de “Blood Sugar Sex Magik”? Sí. ¿Pierde ante el pasmoso nivel de resolución en la búsqueda de un nuevo sonido de “One Hot Minute”? Sí, obvio que sí. ¿Pierde ante el nivel de “hiterío” que tenía “Californication”? Y… sí. Pero lo bueno de todas estas derrotas es que hoy a Kiedis, Flea, Smith y Frusciante les da exactamente igual medirse las pollas con el pasado. Y esa es una buena noticia, porque han cometido ese error en otros momentos de su carrera ¿Cuándo? Por ejemplo, desaprovechando el talento de Josh Klinghoffer quien pareció haber sido contratado para suplantar a Frusciante como lo hace un músico de una banda tributo, copiando incluso las imperfecciones del músico a adular. Desde “By The Way” (02) los angelinos no volvían a conectar con cierta parte de su esencia: el saberse líderes de un sonido y que lo demás realmente no importe. Así es como echan por tierra cualquier tipo de especulación personal y complican la apropiación que el público hace de su concepto, gestando un logro artístico de valor para una banda con casi cuarenta años de historia.
Porque todo funciona distinto cuando Frusciante enchufa su Stratocaster rodeado de sus tres compañeros y retoma esa exquisita forma de recrear y homenajear el sonido de Hendrix. Amén de cuando se nota su inspiración tanto en sus guitarras de sentimiento hipnótico o en su voz sangrante de emoción. Prueba de esto es su aporte en “Here Ever After” un power-funk que calienta la sesión con una base tribal –clásico rapeo de Kiedis por encima– que deriva en una melodía sencilla y casi infantil de voz pero a la que la guitarra lleva escandalosamente a otro nivel. Inmediatamente después “Aquatic Dance Mouth” setea el mood del disco y da esperanzas de mano de un funk de etiqueta: lo que antes era sed sexual indisimulada hoy es sugerencia y esa letra de repaso existencial calza perfectamente con un outro plagado de trompetas que debaten protagonismo, mientras Smith acompaña con cadencia latina.
Esta forma de transmitir se repite con éxito en “She’s A Lover” y “Whatchu Thinkin’”: tómalo o déjalo pero así es como funkean Chili Peppers hoy en día. Sexies y con clase.
La escucha total puede generar cierta sensación de fatiga más que nada por una cuestión de duración. Aunque haya dos o tres piezas de las que se podría prescindir, hay que decir que incluso en temas no-tan-destacables como “It’s Only Natural” o “The Great Apes” se aprecian conversaciones instrumentales de altitud creativa. “Unlimited Love” será un disco digno de defender en directo gracias a canciones como “These Are The Ways” –con un gran riff de puente–, “Bastards Of Light” con sus curiosos sintetizadores en la intro y ese final en crescendo ruidista, y “One Way Traffic”, una pieza tan propia como para mencionar varios lugares de California, hablar de su tráfico y culminar con un solo de Flea caliente como el asfalto del Cahuenga Blvd en pleno julio.
En muchos momentos electrizante, en menos de ellos aburrido pero auténtico y maduro todo el rato, el viaje culmina técnicamente con la balada orquestada “Tangelo” –que lo mejor que hace es recordar el desenlace de “Californication” y dejar el final del álbum abierto–. Pero será inútil luchar con la sensación de que el gran final de esta feliz vuelta es “The Heavy Wing” en la que todo sucede: la intro hace todo bien generando misterio y tensión. La primera estrofa y el puente son espacios de inspiración introspectiva que regalan dos de las mejores melodías de Kiedis en muchos años. Y luego la mejor obviedad posible: aparece como a bordo de una alfombra mágica, flanqueado por el viento y elevado por la luz de los astros, el gran motivo de todo esto, el John Frusciante del que la banda nunca pudo ni se podrá despegar. “No todo lo que brilla es oro; sangraré sobre vuestras diversiones” canta con el alma, vistiendo un estribillo épico y dejando en una nueva zona de confort a un grupo al que ya no se le tenía tanta fe.
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