Más de un lustro después y con la partida de Tom Watson dejando a Real Lies convertidos en dúo, la formación británica digiere en un esperado segundo trabajo las sacudidas mediáticas que su país ha sufrido desde que su debut, “Real Life” (15) viera la luz. Un desfile de tres primeros ministros distintos, un endurecimiento en picado de su salida de Europa y una pandemia que ha herido de gravedad gran parte de la cultura club de las islas son las piezas asientan el contexto en el que aterriza este “Lad Ash”. Sin embargo, para estos fieles defensores del lado más nostálgico de la electrónica el tiempo y la adversidad no parecen haber hecho mella en su discurso, sino que más bien este torrente insólito de acontecimientos ha concedido a Kev Kharas y Patrick King la oportunidad de fortificar una propuesta que comenzaron a presentarnos en 2015 y que en su día ya compramos a ciegas como antesala a esta imperante y extendida tendencia por revivir el espíritu raver de los noventa.
El paso del tiempo y la consecuente maduración de sus artífices logran que “Lad Ash” eleve a un siguiente nivel una fórmula que ya tenía en su día todas las de ganar. La pérdida es el motor que hace girar las ruecas de este proyecto, severamente marcado por una serie de episodios personales que tiñen de matices lúgubres y tétricos el devenir del mismo. Así es como vemos avanzar todas las piezas que componen este segundo álbum de los británicos en dirección a un mismo territorio común: la despedida. Una nostálgica y progresiva “Ethos” rompe la baraja hablándonos del final de una relación de larga duración, mientras que su capítulo subsiguiente, “Boss Trick” directamente es un tema dedicado por parte de Kharas al tercero en discordia, Tom Watson, cuyos caminos confluyeron en direcciones opuestas y que a juzgar por el tono amigable y la amable energía de su discurso nos aventuramos a catalogarla como una partida consensuada (“I felt like I was part of something, and for that I'll say this. I've never been a part of something, so bliss to reminisce”).
Mucho menos luminosos son los tramos que Kharas le dedica a su amigo Richard, cuyo legado se extiende a lo largo de temas tan intensos como “Late Arcades”, “Dolphin Junction” y “Your Guiding Hand”, y cuya historia hiela la sangre solo con leerla: una noche el grupo de colegas de Kharas se dirigía en dirección a la casa de Richard tras haber tomado algunas pastillas de más. Llamaron al mismo para saber exactamente dónde se encontraba, pues llevaban ya un rato largo dando vueltas y perdidos. La voz que respondió a la llamada no correspondía con la de su estimado amigo, sino que era la de alguien totalmente desconocido que muy tajantemente zanjó la conversación diciendo que Richard no se encontraba ya ahí y les instaba a no llamar más a ese número de teléfono. El enigma eleva aún más su confusa gravedad cuando nos revelan que ninguno de sus allegados volvió a ver ni a saber nada de Richard después de aquella noche, y Kharas, sumido en esta enorme turbación, decide ahora entregar en su nombre tres de los actos principales del disco que confirman aún más ese duelo reinante que define el devenir del álbum.
El carácter evocador del disco encuentra su cúspide en pistas como “The Carousel”, en la que el propio Kharas confiesa abiertamente su reciente miedo a olvidar su pasado a razón de una serie de apagones mentales que lleva sufriendo desde hace algún tiempo, y que originan la justificación de que este disco sea entendido precisamente como un conjunto de cápsulas temporales que pretenden atar al británico a sus recuerdos y no permitir que estos continúen desvaneciéndose. Sin embargo, y a pesar de la conmovedora carga que arrastra su transfundo, “Lad Ash” es un disco para bailar, rico en matices y destinado para amenizar tanto una larga y oscura noche en el club como un mañaneo en un warehouse.
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