Aunque sea tirar piedras sobre mi propio tejado -les remito a la reseña de "Medúlla" para más datos-, resulta preocupante que todo el mundo de la música ande revuelto porque Björk ha grabado un disco con apenas unos pocos instrumentos y que Tom Waits, a su edad, haya hecho algo parecido en varios temas y nadie le haya dado demasiadas vueltas al asunto. Y es que Waits continúa siendo, y lo será hasta el mismo día de su muerte, uno de los artistas más inquietos de la música moderna.
Lo demostró en los ochenta con la famosa trilogía "Swordfishtrombones", "Rain Dogs" y "Frank Wild Years", y desde entonces en cada uno de los discos que ha publicado. Por ello "Real Gone" no podía ser una excepción. Para empezar es el primer disco del del artista sin piano; para continuar cuenta con el trabajo -excelente, dicho sea de paso- de Marc Ribot, con su guitarra minimalista y siempre creativa, y Les Claypool, con su bajo no menos imaginativo; para acabar, Waits se atreve incluso con una pieza de nueve minutos, la oscura e intimista "Sins Of My Father" (el minutaje no es gratuito, sino que la extiende hasta que nos ha transmitido lo que quería).
Por lo demás, el cantante desarrolla cualquier género que se le haya podido pasar por la cabeza en los últimos meses sin abandonar en lo más mínimo su propio mundo. Ritmos cubanos ("Hoist That Rag"), bases hip hop en "Top Of The Hill", una suerte de soul industrial en "Metropolitan Glide" y "Baby Gonna Leave Me" (un a capella digno de Mike Patton y Razhel), un mambo descacharrado y eléctrico ("Shake It") o un spoken word a medio camino entre el universo del William Burroughs de "Black Rider" y Tim Burton en "Circus". Desgraciadamente, "Real Gone" también tiene sus momentos bajos (en este caso las composiciones más clásicas: "Dead And Lovely", "Trampled Rose" o "Green Grass"). Pese a ello, el balance global es lo suficientemente atractivo para que debamos continuar alabando a Waits hasta el fin de los tiempos.
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