Tras haber trabajado con Ethan Johns, Dan Auerbach (Black Keys) o Jim James (My Morning Jacket), Ray Lamontagne se ha dejado de experimentos y ha apostado, en su octavo álbum, por rescatar la vertiente más clásica y menos adulterada de su sonido, algo que seguramente hará las delicias de su núcleo de hardcore fans. Él mismo se lo ha producido y se ha encargado de prácticamente toda la instrumentación, quizá haciendo honor al propio título del álbum. Una visión suya y solo suya.
Apelando a la tradición, sin liftings de temporada ni devaneos progresivos. Y, aparte de que su voz resuene con todas sus propiedades intactas (ese registro que pasa de la lija al fieltro sin dificultad, siempre con una credibilidad que no se compra en el mercado de tendencias), resulta muy reconfortante la forma en la que evoca de nuevo los espectros de Creedence Clearwater Revival (“Strong Enough”) o Van Morrison (“Misty Morning Rain (Here and Gone Again)”), cómo sintoniza con el Ryan Adams más certero y sensible (la espléndida balada “I Was Born To Love You”) o cómo desviste algunas letanías de folk lumínico hasta dejarlas brillar en todo su desnudo esplendor, como ocurre en las preciosas “Summer Clouds”, “Morning Comes Wearing Diamonds” o la final “Highway To The Sun”.
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