A los veinte años todos tenemos amigos mucho más cafres que nosotros, gente que ve la vida de un modo más libre y salvaje, que no se preocupa por las ataduras y los convencionalismos. Para lo bueno y para lo malo, nos dan lecciones de vida, nos embrollan en un tornado que barre todo lo que tiene a su alrededor. Y brincamos, saltamos, chillamos con la garganta hecha añícos, hasta que las resacas son cada día peores y nos bajamos del barco mientras ellos se quedan atrás, sacudiendo sus botas y agitando sus brazos como locos. Vamos cambiando poco a poco hasta que lo que fuimos hace muchos años nos resulta incluso algo ajeno. O eso nos creemos. Porque, en algún momento y de modo casi cíclico, esos amigos cafres aparecen de nuevo en nuestras vidas y nos lían por enésima vez. Vuelven el desmadre, las ganas de comerse el mundo, las cervezas volando por los aires, y nos sentimos los reyes del universo. Inocentemente, nos sentimos valerosos, provocadores, gente que se mete en problemas y que grita más alto que nadie aunque, en realidad, ya no le demos miedo a la gente de nuestro alrededor.
Pensaremos que hay cosas que no cambian y que, en realidad, no deben cambiar para que sigamos siendo quienes fuimos. Y saber que esos amigos siguen ahí, rebeldes y contracorriente, nos da seguridad, porque siempre podremos acudir a ellos de nuevo. Ellos también habrán cambiado un poco, sí, pero mantendrán su espíritu y su integridad y con ello nos conquistarán aunque hayan pasado ya tres años desde "Honor Is All We Know" (Epitaph/[PIASA], 14). Tocarán sus nuevas canciones, para empezar algunas rapidísimas ("Track Fast") para que no menospreciemos los tipos duros que continúan siendo. Nos recordarán que los colegas siempre los colegas ("Buddy"). Nos pillarán del brazo y nos harán skankear y cantar juntos como hermanos esa declaración de principios que es "Where I’m Going". Nos convencerán sin que les cueste demasiado esfuerzo de que, aunque nos recuerden a muchas otras que firmaron años atrás, canciones como "Cold Cold Blood" o "Beauty Of The Pool Hall", con sus estribillos adictivos, son diferentes a todas las que han hecho antes y a las que volverán a hacer más adelante. Y nos despediremos aullando como perros callejeros la letra de "This Is Not The End", ebrios quizás y contentos por descubrir que tanto ellos como nosotros seguimos vivos y siendo quienes éramos.
Durante la juerga, nos cruzaremos con muchos punks jóvenes, algunos le darán vueltas a lo que Tim y Lars están cantando y se sumarán a la fiesta; otros pensarán que no somos más que una panda de viejos caducos tan inofensivos como el rock’n’roll en 2017. Y da igual lo que piensen, porque nosotros, aunque más viejos y más cansados, continúaremos teniendo más mala leche, más energía, más ganas de ser punks que ellos, con sus tatuajes de catálogo y sus peinados casi perfectos. Y les diremos que se vayan a la mierda, que ya hemos pasado nueve discos juntos y que no estamos a estas alturas para escuchar gilipolleces de críos consentidos.
Lo siento, debes estar conectado para publicar un comentario.